miércoles, 14 de noviembre de 2012


Hijos de desaparecidos, entre la historia y la memoria: El caso argentino.
Nayeli Fabiola Moctezuma Moreno
8° semestre
Colegio de Estudios Latinoamericanos
Facultad de Filosofía
Ciudad Universitaria, México
2010


ABSTRACT:
Hace décadas se comenzaba a discutir sobre las causas de la violencia estatal a manos de las fuerzas armadas, focalizada hacia la disidencia política durante las dictaduras en ciertos países de América Latina, hoy ya se han logrado investigar casos específicos.
La apropiación de niños durante la dictadura militar, fue tan precisa como la desaparición forzada y las múltiples formas represión. En particular la apropiación de menores fue posible a través de un plan sistemático de secuestro y robo puesto en marcha por múltiples procedimientos ilegales. Tales apropiaciones comenzaron con el secuestro de los niños junto a sus padres y posteriormente con el secuestro y desaparición de mujeres embarazadas que dieron a luz en centros clandestinos de detención.
La apropiación de menores ocurrida durante la dictadura, ha pasado por una línea de olvido durante décadas; en la que es posible rastrear –en el proceso que va del término de cada dictadura hasta nuestros días– una tensión básica y de mediana duración entre la memoria sobre los crímenes y la institucionalización del olvido en nombre de la estabilidad “democrática”, una tensión que paulatinamente fue conocida como uno de los rasgos principales y más conflictivos del proceso democratizador.



Hijos de desaparecidos, entre la historia y la memoria: El caso de argentino.

¿estás vivo?/¿estás muerto?/¿hijo?
¿vivimoris otra vez/ otro día/como
moriviviste estos tres años
en un campo de concentración?/¿qué
hicieron de vos/ hijo/ dulce calor que alguna vez
niñaba al mundo/ padre de mi ternura/ hijo
que no acabó de vivir?/¿acabó de morir?
Juan Gelman

Esta parte de la historia se escribe por lealtad
 a un fantasma.
Juan Carlos Onetti

"La identidad para mí es algo que está en permanente construcción, no es una pastillita que un día la tomás y ya está, sabés quién sos. Lo que se recupera es la identidad biológica y, con un poquito de suerte y ayuda de la gente que te quiere y que quería a tus viejos, te acercás a ellos. Conocer la verdad acerca de los orígenes es indispensable para que la construcción de tu propia identidad sea aquella que te acerque a lo mejor de vos mismo…"  Nieta Restituida Victoria Donda Pérez

Preferí  iniciar esta intervención con las palabras de Victoria Donda Pérez[1], dada su precisión para puntualizar el eje conductor del siguiente texto: El derecho a la identidad y el vacío de la apropiación de menores durante la última dictadura Argentina. Vacío que además de situarse en el trauma inicial, que en la historia del psicoanálisis se metaforizó como “trauma del nacimiento”, que imposibilita la inequívoca codificación del lazo social, se hace presente también en el trauma como acontecimiento, en las contingencias de una vida; cuando irrumpe en las representaciones simbólicas que sostenían hasta ese momento a un sujeto, provocándole la angustia más generalizada. En estos casos el trauma individual y social, responde a la tragedia de la dictadura militar en Argentina, la desaparición,  asesinato de los padres y la expropiación de los hijos, cortando con su identidad social y su historia de origen.

La madrugada del 24 de marzo de 1976, el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, fue revocado por un golpe de estado, instaurándose una dictadura violenta por parte del General Jorge Rafael Videla.
El propósito de los golpistas era fundar una nueva legalidad, una nueva escala de valores y de normas sociales que redujera el exterminio del disidente político a la categoría de procedimiento político rutinario, como método fundamental de ejercicio del poder en un nuevo orden que sustituyera la discusión y la crítica abierta de lo político y lo social por la obediencia ciega, en una nueva pirámide de rígidas jerarquías coronadas por una elite integrada por los comandantes golpistas y sus socios civiles.
Desde 1976 y hasta la caída en  1986 el terrorismo de estado implicó una planificación precisa, del proyecto de “reorganización social”, que consistía en detener todo tipo de subversión en contra del estado.
Para llevar a cabo la detención de personas, se asignaban “grupos de tarea”[2] , de los cuales algunos se encargaban de hacer la selección de los sospechosos; después de esta selección, se asignaban operativos para conseguir la detención. La mayoría de las detenciones hechas  seguían un mismo modo de operar, se hacia la detención de noche, en el domicilio, lugar de trabajo y algunos en la misma calle. Siempre y cuando fuera el mejor lugar para conseguir el secuestro, y así trasladarlo de inmediato hacia algún centro clandestino de detención. Se confeccionaba un registro, donde se consignaba y evaluaba la información obtenida del preso.  Posteriormente comenzaban los interrogatorios que implicaban un largo periodo de torturas físicas y psicológicas,  que en algunos casos incluían continuas vejaciones y violaciones.
Finalmente después de este suplicio, que podía durar semanas, meses o años, el prisionero cesaba o era “transferido”, esto implicando,  su ejecución. Para después seguir a la desaparición del cuerpo[3].
En algunos contados casos, el detenido era “blanqueado”, esto significaba que su situación dejaba de ser clandestina e ilegal  y se oficializaba, pasando a estar en manos del Poder Ejecutivo Nacional, pero en estado de excepción[4]. Ser colocado a disposición significo, en algunas ocasiones, permanecer con vida, ya que de de esta manera se hacía explicito el registro de la detención.
Otro de los finales posibles, que se dio en un porcentaje casi insignificante, consistía en la liberación del detenido, que en ocasiones emprendía el camino del exilio. Se registraron algunos casos, en que el liberado colaboraba con las fuerzas represivas, en operaciones de inteligencia u otras actividades. Pero más allá de estas opciones, una vez detenido era casi imposible tener la oportunidad de sobrevivir.
La desaparición de personas, fue un practica masiva que alcanzo parcialmente todos los sectores de la sociedad. Durante el operativo o secuestro, se incluía la sustracción de algunos menores o apropiación de recién nacidos de las detenidas embarazadas.
Desaparición de Niños
En Argentina uno de los modos de la violencia represiva, fue la “desaparición” de niños y de bebés nacidos en cautiverio y apropiados por personas en su mayoría ligadas al poder militar.
La apropiación fue tan precisa que llevo a denunciar todo un plan sistemático de secuestro, robo y apropiación de niños puesto en marcha a través de múltiples procedimientos ilegales. Tales apropiaciones se hacían con el secuestro de los niños junto a sus padres y posteriormente con la detención y desaparición de mujeres embarazadas que dieron a luz en centros clandestinos.
La apropiación de niños, tenía como fundamento su “bienestar”, el cual según el estado sus familias nucleares no tenían la capacidad para criarlos de una forma segura. Distintos individuos investidos por la autoridad  fueron facultados para representar y decidir sobre el destino de los niños y  jóvenes, que se encontraran en una “situación de abandono o peligro moral y/o material”.
Una vez que estos individuos asumían la tutela, estaban facultados para separar a los niños de sus familias[5], recluirlos en algún instituto para lograr su reintegración social, para finalmente darlos en adopción a familias con “buenas intenciones” que se encargaran de su crianza y educación, y de esta forma, sancionar a estos padres que por diversos motivos[6] habían “abandonado” a sus niños[7].
El “abandono”, se utilizo como una categoría para justificar la sustracción de niños.  Los casos denunciados y documentados son 450. Según datos de Abuelas de Plaza de Mayo son 101 los ubicados: restituidos 69, muertos 9, en trámite judicial 8 y en convivencia con la familia de crianza 14, se presupone que el número de niños apropiados es alrededor de 500, ya que muchos casos no se denunciaron.

La maternidad clandestina fue uno de los procesos más crueles durante la dictadura, consistía en proporcionarle a la prisionera un parto con “asistencia medica” haciéndole creer que el bebé se entregaría a su familia. Existen testimonios de varias enfermeras que trabajaron en la maternidad clandestina del Hospital Militar de Campo de Mayo, donde argumentan que la maternidad funcionaba en las salas de epidemiología donde internaban a las prisioneras a punto de dar a luz. La mayoría de ellas permanecía con los ojos vendados y, en algunos casos, con las manos atadas.
Todas las enfermeras que dieron testimonio se cuidaron bien de aclarar que no podrían identificar a las mujeres y que nunca hablaron con ellas. Posiblemente, temían también por sus vidas porque existen casos de desaparición de personal de guarniciones militares que en algún momento prestaron ayuda a los prisioneros. Las enfermeras relatan también que la mayoría de las veces las madres no veían al bebé y que se les aplicaban inyecciones para cortar la leche materna.
Rosalinda Salguero, una enfermera ya jubilada, declaró a la revista "Tres Puntos" que se publica en Buenos Aires, que en una oportunidad una de las madres pudo tener a su bebé en los brazos por breves instantes. La escuchó decir "Pensar, hijo mío, que no te voy a ver nunca más". Cuando regresó a su lugar de trabajo al día siguiente, la joven ya no estaba.

Pilar Calveiro señala  en el libro Poder y Desaparición[8]  casos sobre maternidad clandestina:
 “A partir de cierto momento estas prisioneras pasaban a ocupar un cuarto con camas, una mesa con sillas, ropa, y podían permanecer allí con los ojos descubiertos y hablar. Días antes del alumbramiento, los marinos le hacían llegar a la madre un ajuar completo, a veces muy hermoso, para su bebé. El parto se atendía con un medico y respetando ciertos requerimientos de asepsia, anestesia y cuidados generales. La madre le ponía nombre a su hijo y daban indicaciones para que lo entregaran a la familia. Este trato dificultaba la comprensión del destino final de madre e hijo. Las atenciones hacían presuponer que ambos vivirían o que, cuando menos, el bebé seria respetado. La realidad era muy otra: la madre solía ser ejecutada pocos días después del alumbramiento y el bebé se enviaba a un orfanato, se daba en adopción o, eventualmente, se entregaba a la familia. Quedaba así limpia la conciencia de los desaparecedores: mataban a quien debían matar; preservaban la otra vida, le evitaban un hogar subversivo y se desentendían de su responsabilidad.”[9]

La restitución
Hablar de restitución de la Identidad Biológica, es hablar de la recuperación de la historia  familiar e individual. El derecho a la identidad está ligada necesariamente a la memoria, a la verdad y a la libertad, se  relaciona finalmente a otra noción básica, que es la de justicia. No solamente en tanto la necesidad de tener nuestra propia identidad, sino en cuanto a la justicia como instrumento para el restablecimiento del orden violado: La sanción de los culpables y la reparación a las víctimas.

Toda la explicación anterior, me hace cuestionar lo siguiente: ¿Qué pasa con los niños apropiados que no han sido restituidos a sus familias? ¿Por qué hemos dejado a un lado el tema de la restitución de menores, cuando fue una tortura que nos afecto a todos? ¿Debemos recuperar la memoria de estas apropiaciones?
El 13 de diciembre de 1983, después de la caída de la dictadura y el régimen represivo de Jorge Rafael Videla, comenzó el primer día hábil de la democracia. Un grupo de mujeres mayores acompañadas de dos abogados, acudieron al edificio de Tribunales para pedir la restitución a su familia de una niña desaparecida y localizada. A partir de este primer gran paso, se abrió una batalla judicial que continua hasta el día de hoy.
Para 1983 la desaparición de personas y la sustracción de niños, era un tema nuevo para la justicia argentina. No figuraba en la jurisprudencia condena alguna por la infracción del artículo 146 del Código Penal que establece la pena de reclusión o prisión de tres a diez años “a quien sustrajere a un menor de 10 años al poder de sus padres, tutor o persona encargada de él, y el que lo retuviere u ocultare[10].
La restitución de niños secuestrados debe ser situada en el terreno de las garantías y derechos universales de la infancia: el derecho a la vida digna, a no ser despojados de su origen familiar, a conocer la verdad su propia historia, a crecer junto a los suyos. En este sentido, se ha hecho un aporte importante a la comunidad internacional al lograr que se incorporara el «derecho a la propia identidad» en la Declaración Internacional de los Derechos del Niño (ONU).

Es necesario destacar que la restitución de niños apropiados trasciende, como respuesta, el marco de la justicia individual, reparatoria del vejamen sufrido por estos niños y sus familias. La restitución es una impostergable respuesta colectiva para reconstruir el tejido social deshecho durante la dictadura, con las múltiples fragmentaciones de la sociedad: los desaparecidos, los exiliados, los asesinados y los represores.
Entre la historia y la memoria

Hablar de Historia y Memoria es encontrar que son dos campos de relación con el pasado necesarios para conocimiento y rememoración de los crímenes de lesa humanidad. La apropiación de niños es igual de importante que los desaparecidos o los exiliados. Estos niños que crecieron fuera de su historia y política merecen saber su verdadera identidad. Este derecho que emana de una necesidad básica del hombre, que es aquella de tener un nombre, una historia y una lengua. La lengua es esa voz de la familia que al transmitirse nos humaniza como sujetos y nos da un lugar en un linaje.

Estos niños fueron inscritos con un falso nombre que oculta el verdadero, y que aunque el aparato jurídico haya estado al servicio de la dictadora para imponer una falsa identidad que intentó arrasar con la historia, ello –ciertamente– no ha logrado garantizar el olvido.
La recuperación de la memoria de estos sucesos, es necesaria para como dice Walter Benjamin en Las tesis sobre la historia[11] hacer justicia recordando a los muertos.  De la misma forma Todorov en el libro Memorias del mal, tentaciones del bien hace referencia a este recordar a los muertos:
 “Los muertos demandan a los vivos: recordadlo todo y contadlo; no solamente para combatir los campos sino también para que nuestra vida, al dejar de sí una huella, conserve su sentido”[12].

 Darle voz a los muertos, recordarlos y recordar los sucesos violentos; es  en todas las dimensiones impedir el intento por borrar la memoria. Partiendo de este precepto, recuperar la memoria de los hijos de los desaparecidos es devolverles lo que durante años les fue arrebatado, su identidad histórica no solo familiar, sino la historia de un proceso violento que atravesó un país.

Pero ¿Cómo mantener viva esa memoria? Esta pregunta que se ha formulado una y otra vez, desde distintos lugares, pregunta que es quizá más positiva que tratar de encontrar respuestas agradables. La discusión, el debate, podría ser una de las formas. Las acciones reunidas de diversos sectores, las múltiples iniciativas que puedan desplegarse desde la escuela, la universidad, los organismos, las organizaciones sociales. Cada una de estas puede ser la primera puerta para mantenerla viva.

Reconstruir la memoria, es una manera de responsabilizarnos del porvenir; recordamos porque el ejercicio de la memoria respecto del trauma histórico vivido es necesario para que un futuro, otro, sea posible. Es necesario porque lo peor siempre es posible[13] y porque, como nombra Edagar Morin en su Breve historia de la barbarie en Occidente[14], pensar la barbarie ya es una manera de resistirse a ella.

Julio Cortázar cerro un Coloquio en 1981 en París titulado Negación del olvido, quisiera retomar, para concluir, algunas de sus palabras que hacen referencia a las memoria de las desapariciones en Argentina y otros países de Latinoamérica:
Hay que mantener en un obstinado presente, con toda su sangre y su ignominia, algo que ya se está queriendo hacer entrar en el cómodo país del olvido; hay que seguir considerando como vivos a los que acaso ya no lo están pero que tenemos la obligación de reclamar, uno por uno, hasta que la respuesta muestre finalmente la verdad que hoy se pretende escamotear.”[15]








Bibliografía:

Balderston, Daniel y Guy, Donna. Sexo y sexualidad en América Latina, Paidós, Buenos Aires., 1998.
Bolívar, Echeverría. (comp.) La mirada del ángel: en torno a las Tesis sobre la Historia de Walter Benjamin, UNAM / Era., México, 2005. 
Calveiro, Pilar. Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina, Colihue, Buenos Aires., 1999.
Crespo, Horacio. Argentina 1976. Estudios en torno al golpe de Estado, FCE, Buenos Aires., 1999.
Dutrenit, Silvia.  Diversidad partidaria y dictaduras  Argentina, Brasil y Uruguay,  Instituto de Investigaciones Dr. Jose Maria Luis Mora, México., 1996.
Freud, Sigmund. “El malestar en la cultura” en O. C. Ed. Biblioteca Nueva.
Madrid., 1973.
Herrera, Matilde y Tenembaum, Ernesto. Identidad, despojo y restitución. Ed. Abuelas de Plaza de Mayo. Buenos Aires., 2001

Mignone, Emilio y Conte, Mac Donnell, A. Estrategia represiva de la dictadura militar.
La doctrina del paralelismo global. Ed. Colihue. Bs. As., 2006.

Morin, Edgar. Breve historia de la barbarie en Occidente. Ed. Paidós. Bs. As.,
2006.
Todorov, Tzvetan. Memorias del Mal, Tentaciones del Bien. Península., Barcelona, 2002.


[1] Victoria nació en la ESMA, durante el cautiverio de su madre -María Hilda Pérez- y fue apropiada por su tío -Adolfo Donda, represor de la ESMA- quien la entregó a otro militar. El papá de Victoria, José María Laureano Donda, había sido secuestrado meses antes. Victoria tenía dudas y se acercó a HIJOS y Abuelas para investigar sobre su origen. Después de varios meses, se decidió a realizar el examen inmunogenético y confirmó que pertenecía al grupo familiar Donda-Pérez en un porcentaje de 99,9 por ciento. Es decir, es hija de María Hilda Pérez y de José María Laureano Donda.
[2] Estaban constituidos generalmente por oficiales y suboficiales, policías y también civiles.
[3] Estas desapariciones de cuerpos, les correspondían a los más altos rangos de entre los oficiales que se encontraban al frente de esta operación represiva.
[4] El concepto de estado de excep­ción se basa en el su­puesto de que, en algunas situaciones de emer­gencia política, militar o económica, el régi­men de limi­tación y equilibrio de poderes, propio de las reglas de juego constitu­cionales, tenga que dejar vía libre a un poder ejecutivo más fuerte, e incluso al ejército. Durante el cual se suspende el libre ejercicio de algunos derechos por parte de los ciudadanos. El control del orden interno pasa a ser controlado por las Fuerzas Armadas.

[5] Cuando estas familias ya habían sido clasificadas como nocivas e inmorales.
[6] Casi nunca atendibles por las autoridades administrativas o judiciales.
[7] Para un análisis de casos de reclamo de menores por sus madres, ver Guy, D., “Madres vivas y muertas, los múltiples conceptos de la maternidad en Buenos Aires” en Balderston, D., y Guy, D., (comp.). Sexo y sexualidad en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 1998.
[8] Pilar Calveiro. Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina. Colihue, Buenos Aires, 1999.
[9] Op. cit., pág. 82.
[10]  146 del Código Penal de acuerdo con lo previsto por la ley 24.410
[11]Echeverría, Bolívar. (comp.) La mirada del ángel: en torno a las Tesis sobre la Historia de Walter Benjamin, UNAM / Era., México, 2005. 
[12] Tzvetan, Todorov. Memorias del Mal, Tentaciones del Bien,  Península., Barcelona, 2002. Pág.103.
[13] Sigmund, Freud. “El malestar en la cultura” en O. C. Ed. Biblioteca Nueva. Madrid, 1973. Pág. 109.
[14] Edgar, Morin. Breve historia de la barbarie en Occidente. Ed. Paidós. Bs. As., 2006.
[15]Emilio, Mignone  y Mac Donnell , Conte.  Estrategia represiva de la dictadura militar. La doctrina del paralelismo global. Ed. Colihue. Bs. As., 2006. Pág.88.

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