miércoles, 28 de noviembre de 2012


La HISTORIA como constitución humana.
Circunstancialismo y vitalismo latinoamericano.
Angélica Yasmín Dávila Landa / ESTUDIOS LATINOAMERICANOS


jala de barco/100x130/ óleo sobre tela



A mediados del siglo XX, se tiene la sensación de la inminente decadencia Europa que da lugar a la apreciación de una América mesiánica con la misión de redimir a la cultura universal. Dice Alfonso Reyes: “Entendemos nuestra tarea como un imperativo moral, como uno de tantos esfuerzos por la salvación de la cultura, es decir, de la salvación del hombre.”  Porque el mundo se ve envuelto en una nueva guerra que amenaza con disolverlo todo, y América, más precisamente la otra América, la hispana, la latina que a quedado otra vez al margen, debe cuidar que no se destruya. Es así que ahora como en el siglo XVI, pero ahora también por la gente de este lado del océano, América vuelve a ser mirada como utopía, como un renovado Nuevo Mundo,
Esto,  conjunto a las perspectivas historicistas, servían  para reivindicar los valores americanos como una expresión original y acorde a su modo de ser y no como una mera y mala copia de la cultura europea.  De allí que la reconstrucción del devenir histórico de tales valores funcionara como evidencia y  reconocimiento de un pensamiento y filosofía auténticamente latinoamericanos, que además, ayudaría a forjar y fortalecer uno en el presente. Elemento fundamental  para que América pudiese cumplir su “misión en la historia”. He ahí la importancia de la historia de las ideas latinoamericanas, que no se perderá aun cuando la “misión histórica” de redención universal cambie por una de autoliberación continental.[1]
            Ahora bien, si la admisión de la autenticidad filosófica hacía necesario su estudio a través de la historia, como apunta Tzvi Medin, la historia de las ideas volvía imperante a su vez la formulación de una filosofía de la historia americana.[2] Es decir, el presente, o, a modo de Ortega y Gasset, la circunstancia para ser salvada no sólo requería que la  historia estuviera escrita sino que además ocupaba que ésta fuera pensada. Es pues así, que en parte, a mediados del siglo XX en Latinoamérica surgen varias filosofías y teorías de la historia que pretender dar auxilio a tal requerimiento. Una, la más conocida y tal vez más importante, es la de Leopoldo Zea. Pero a parte de ellas existen otras que pretenden darle también sentido a la filosofía de ésta parte del mundo.
            Tales teorías  tratan el problema de la  historia tanto en su modalidad de devenir  como de disciplina historiográfica. Aquí, lo que nos interesa analizar y mostrar es como se constituye la primera.
            El tratamiento de la historia como acontecer, por parte de los distintos autores  que se mostrarán, tiene una peculiaridad: la historia es vista como un problema filosófico. No sólo atañe a los historiadores especificar qué es la historia, sino que ésta, al volcarse como un fundamento de la filosofía, “puesto que ésta no puede ser sino filosofía de una realidad y esta realidad es histórica,”[3] le concierne también pensar y desentrañar lo que significa la historia, y en última instancia, ser historia. Descubrimiento o invención — ¿se puede acaso especificar?— de las gentes de esa época.
Así pues, Carlos Zelada define: “Lo esencial de la naturaleza del hombre consiste en que el hombre no es naturaleza, sino que es historia.[4] El  hombre al no ser naturaleza, es cambio, historia,  proceso constante de conformación y no  esencia dada e inmutable.  De modo que la historia no es mera envoltura extraña del ser humano, ya que el hombre no sólo vive y se realiza en ella  sino que precisamente, es ésta aquello que lo constituye y lo hace ser. Cosa que se viene a complementar con lo que Vicente Aja dice: “Allí donde no hay un empate entrañable entre el ser y su acontecer que los convierte a ambos en una y la misma cosa, no hay completa historicidad.”[5] Podríamos decir que mientras la historia por sí misma es simple “acontecer” cuando pasa a constituir y a mezclarse con el ser del hombre se vuelve junto con él, historicidad.  Y al hacerlo, surge un enunciado aporético: la esencia humana es el cambio, conjunción de “ser y  acontecer”. De este modo, una completa  historicidad— ¿una existencia auténtica?— es la cualidad de ser-historia.
Ahora bien, ser-historia no significa ser pasado: “No se puede llegar a una plenitud de concepción de lo histórico sin el dato del tiempo que viene a ser persistencia del pasado en el presente  y proyección del presente hacia el futuro.”[6] Y en el mismo tono, Luis Carretero afirma: “cada instante es la síntesis de instantes anteriores y contiene por eso mismo la posibilidad de crear ciclos futuros… por eso mismo tiene la evidencia de que su vivir es esencialmente histórico.”[7] Ser histórico es una cualidad temporal, que por tal no se refiere al tiempo que fue, sino al que está siendo a partir de lo que fue y que a partir de sí mismo, será. Así se funda cierta continuidad temporal, donde el pasado está contenido en el presente y éste es la cuna del futuro. La prolongación y enlace del tiempo del pasado en el presente y en futuro, es lo que lo convierte en tiempo histórico, en  historicidad, en lo que es historia. La historicidad por tanto, permite ser y seguir siendo, que la historia junto con el hombre no acabe nunca sino que estén siempre en un perpetuo e inconcluso proceso de conformación.
Pero el presente no sólo debe comprenderse como consecuencia y extensión del pasado, sino que  éste último depende en mucho del mismo presente que crea:

Todo pasado está siempre en movimiento y  está porque puede ser de nuevo considerado en un presente posterior. Si no pudiera de nuevo revivirse el pasado dejaría de tener posibilidades históricas. Estas derivan pues de la actualización. Por lo tanto es el instante, la actualización, lo que le da historicidad al pasado…lo histórico es la invención continua en el instante, aun sobre la base de que los hechos hayan ocurrido con anterioridad[8]

El pasado tiene historicidad, ya lo habíamos mencionado, en tanto puede continuarse en el presente manera en la que al continuar cambia y se reformula, es decir, se actualiza.  Pero es el presente el que concede las pautas para tal reformulación. Así, mas que en el pasado, la historicidad se gesta en el presente, amplificación de lo que fue y posibilidad de lo que será. Es decir, es aquel que otorga la perspectiva y posibilidad de procesualidad, él que empata futuro con presente,  ser con acontecer.
Ahora bien, hasta aquí uno podría preguntarse si al igual que existen historicidades completas existen historicidades incompletas. De haberlas, significaría que, ontológicamente,  no habría siempre una identificación ser/acontecer, y por tanto el hombre no sería siempre historia, sino sólo cuando lograse con plenitud tal identidad. La historicidad no sería una forma de ser humana sino un estado que no le es completamente inherente, por lo que el hombre puede o no puede ser historia. Entonces: ¿cuándo o cómo es que el hombre llega a ser o no ser historia, es decir, cómo es que logra la identificación aludida? y, ¿qué es cuando no es historia? ¿O es qué siempre el hombre es historia? Pero si fuese así no valdría la pena hablar de historicidades completas, si no de historicidad sin más. Vicente Aja parece darnos una salida: “Claro que la historicidad del hombre le viene de esa su peculiar temporalidad, dada en un ser que es precisamente el único ser que toma conciencia de sí mismo.”[9] La historicidad, de esta manera, para ser plena tendría que volverse consciente. Tomar consciencia de sí mismo, no sería otra cosa que reconocer la unidad ser/acontecer que conforma la propia existencia. ¿Pero qué pasa con quienes no logran dicha conciencia, tienen o no completa historicidad? Si no, volvemos al problema del principio. Si sí, también, porque entonces no habría caso decir “historicidad completa”. El problema central, es pues, saber si la historicidad es de tinte universal o no, y saber porqué.[10]
Problema que se agrava más con la siguiente afirmación: “Conviene precisar que cada situación histórica del pensamiento no sólo toma conciencia de lo que arrastra sino que implica una cierta libertad de creación, como algo irreductible en la vida misma.”[11] De allí que “sólo el ser libre tiene historia.”[12]  Se entiende que si el hombre es historia, por tanto ésta como acontecer, depende del hombre mismo. Así el hombre no sólo tiene historia sino que también la hace. “Creamos la historia” dice la Luis Carretero.[13] De allí la existencia de la libertad que se refuerza al ser el hombre procesual, histórico. Pues si el hombre no está naturalizado, por tal, no acabado, tiene la posibilidad de rehacerse a sí mismo cuantas veces le sea necesario, dándole continuidad al devenir histórico. Vemos así, que de ser-historia surge la libertad y de la libertad la historia. Ahora bien, y de nuevo, ¿qué pasa con los que no son verdaderamente libres? ¿No son seres históricos también? Y si no son, ¿qué son? Encontramos, aquí, las mismas cuestiones.
Quizás, tal conflicto se puede resolver teórica e incluso, ontológicamente de la siguiente manera. Se podría argumentar que la historicidad es una cualidad humana-universal sólo potencialmente, que se actualiza en tanto el hombre se haga consciente de ella y de la libertad que le proporciona. Así surge un trinomio historicidad-conciencia-libertad que se mira interdependiente. Ahora bien, si el hombre no es libre es porque no ha tomado consciencia de su libertad y ha relegado su historicidad, su capacidad autogenerativa, a otros, y con ella, a la misma libertad. La historicidad así no sería nula sino usurpada. De modo, que el hombre no libre, como hombre que es, puede rehacerse a partir de la necesidad de hacerlo— es decir,  de la consciencia— de su libertad e historicidad. El hombre así no sólo es historia, sino que debe de ser y saberse historia para realizarse plenamente, —y uno tendría que preguntarse aquí si ese deber ser no es ya una restricción a la libertad, y por tal a la historicidad—. Lo que intentamos salvar, pues y no sabemos si con éxito, es la universalidad sin omisión, de ser-historia. Cosa que no se resolvería si llevamos el problema de la libertad y la conciencia como condiciones ineludibles para la historicidad, a otro ámbito distinto pero relacionado: la historiografía.
La historiografía puede entenderse llanamente como la escritura de la historia. Se escribe lo que tiene (es) historia, y es por ésto que  el problema regresa. Si hay seres que no son consientes de su historicidad o que no son libres, ¿el discurso histórico debe omitirlos? ¿Cómo escribir una historia de los esclavos africanos? Y lo que aquí más preocupa, ¿cómo escribir la historia de esta América que se mira aún dependiente, y que para ser libre precisa conocer lo que ha sido, conocer su historia?
Recapitulando, tenemos que la historia puede entenderse como devenir, como “acontecer” donde el hombre existe como su creador y realizador, y qué cuando a ésta se le reconoce como cualidad procesual del ser-humano, se le está reconociendo su “propiedad esencial” de ser-historia. Ahora bien, Adjucto-Bothelo complementa: “La historia…trata del más filosófico de los asuntos… que es la vida humana en cuanto vida histórica, que solamente es  en el tiempo: vida histórica esencialmente”.[14] Se reafirma así la historicidad humana, pero anexándole una nueva característica: la vitalidad. A respecto de eso Antenor Orrego exclama que “la realidad básica… de la criatura humana, la realidad, digamos, primordial, central de su ser y, a la que se refieren todas las demás, es su propia vida”[15] La historia es realizada y continuada más que por la razón humana, por su  vida. El hombre existe primigeniamente porque vive y no porque piensa. Vive antes que nada, y a partir de eso piensa, actúa y crea, de modo que las vivencias son la realidad radical y original del ser humano.  “Yo no me separo de la realidad, pero la realidad me llega del exterior en cada instante a través de mis vivencias,”[16] dice Luis Carretero,  la única forma en que se puede acceder y aprehender a esa realidad, que se puede comprender y conocer, es por medio de lo que se vive. No es el ser a secas él que contempla a lo real o a la existencia, sino el ser vivo, él que viviéndola se realiza y  se confunde en ella. Ahora bien, si la vida genera toda acción humana y vemos que el hombre a través de éstas construye la historia, entonces  es la vida de los hombres —que debe pensarse más como biografía que como biología— el núcleo y motor del proceso histórico. La historia se desarrolla como el devenir vital del hombre, donde la continuidad se erige a partir de la continuidad de las vivencias y el futuro existe en tanto proyecto vital.  En pocas palabras, el vivir posibilita la unión del yo  y de la realidad, del ser y acontecer, la obtención de la historicidad.
Pero la vivencia a la vez que origina a la historia, es también producto histórico, Orrego continúa: “La historia es la atmosfera de todo pensar vital porque dentro de ella nace, respira, se acrecienta y encuentra sus desenvolvimientos e implicaciones originales.”[17] La vida, aun cuándo génesis de lo histórico, no lo trasciende sino que se realiza en él y por él. De este modo la  vida no es un hecho inmutable, ontologizado, que atraviesa el tiempo sin más, si no uno que se construye temporalmente, es decir, históricamente. La vida se vuelve proceso y por esto mismo el hombre construye la historia y deviene en historia. A través y a partir de la vivencia  es que se convierte en un ser histórico, de manera  que es  posible afirmar que ser-historia es equiparable a vivir históricamente.
Ahora bien:
 El hombre no vive y, en consecuencia, no puede pensar y nunca ha pensado con autenticidad sino desde una circunstancia histórica. Es decir, desde un punto geográfico y desde un punto circunscrito del acaecer cronológico.[18]

Es así, que aún cuando la vida realice y se realice en la historia  no lo hace desde toda ella y no la crea en su totalidad. El hombre vive, crea y se recrea “desde una circunstancia histórica” específica y peculiar, desde un lugar en la historia y no desde la Historia, completa.  El hombre no puede vivir toda la historia, porque aun cuando la vida posea infinidad de posibilidades de  realización, se encuentra limitada por sus finitudes corporales: el cuerpo sólo puede estar en un lugar y tiempo determinado, “en un punto geográfico y desde un punto circunscrito del acaecer cronológico”. Es decir, desde la circunstancia en que le ha tocado vivir.
La circunstancia de Orrego se distingue por ser una circunstancia histórica. Ésta se erige así por estar constituida no sólo por la temporalidad —característica con la que, casi siempre, se define únicamente al devenir de la historia— sino también por la espacialidad, con la que se conjuga y constituye el hábitat para el desarrollo de la vida y sus creaciones. La circunstancia histórica se torna la condición material para la realización biográfica.[19] De esta manera la historia se “concretiza.” Es decir, la historia deviene en el mundo concreto y se origina desde allí,  sin nunca salir verdaderamente de él, y desechando cualquier tipo de sustentos o fundamentos metafísicos.
Lo anterior se parece a la idea que Haya de la Torre expone: “El devenir social es relativo y su relatividad esta determinada por el Espacio histórico en el que se desarrolla la vida de los pueblos… y por el Tiempo histórico que marca el grado de su evolución económica, política y cultural.” [20]  Ambos son inseparables entre sí y juntos forman la trama de relaciones de cada fenómeno social que en ellos se cuaja.
El “espacio-tiempo histórico” o la “circunstancia histórica” son el ambiente inherente en el que se realiza la vida humana , y en el que sus actos se van produciendo y sucediendo, convirtiéndose así en “un proceso de desarrollo de sucesos históricos.”[21] Es decir, la historia como devenir, está estructura a partir de un conjunto de circunstancias diversas que coexisten y se suceden, y que contienen a la vez las distintas producciones vitales, de modo que la circunstancia en sí misma está dotada de historicidad. El encadenamiento de distintas circunstancias ocasiona que la vida se desarrolle siempre como una vida situada, contextualizada, cuyo modo de realización depende en mucho de su circunstancia de origen. Es así que podemos afirmar que: “La característica de su circunstancia determina inevitablemente su vida” [22] la vida surge de la circunstancia y se modela en ella, confeccionándose de acuerdo a lo que en ésta exista. Incluso la autenticidad, depende directamente de que la vida se realice de esta manera, es decir, acorde a su espacio-tiempo histórico, y no pretenda negarlo para su efectuación: “La locura es la rebelión insensata contra el hecho actual y vivo que nos circunda, contra el hecho consumado e incanjeable de nuestra coyuntura particular.”[23]
Ahora bien, si la circunstancia aparece como la condición determinante para la formulación vital, ¿cómo es que  ésta puede seguir manteniendo su libertad y propiedad autogenerativa, es decir, su historicidad?  ¿No es pues un mero producto pasivo de “las  circunstancias”? Antenor Orrego responde: “ésta circunstancia se levanta ante él como un espectro amenazante al que debe dominar y vencer, si quiere vivir.” [24] Aunque la vida surja de la circunstancia— ya que ésta última es una escala en la historia, y la vida, como vida  histórica, no puede trascenderla— no por eso significa que deba permanecer sumisa o fiel a ella, ya que de hacerlo, provocaría la estatidad de la historia o la permanente esclavitud humana por parte de su ecúmene; sino que debe dominarla para dirigirla y transformarla. El hombre parte así de lo que existe en su circunstancia para adecuarla a sus propias necesidades,[25] pero sin perder, durante el proceso de transformación, conexión con dicha circunstancia. De esta manera “son los hombres y no las circunstancias quienes deciden los rumbos de la historia,”[26] son motivos profundamente humanos los que introducen innovaciones y variedades en el “acontecer”, incluso son ellos los que originan las circunstancias existentes que luego sirven de escenario para la vida humana, sin por ello impedir que ésta las regule. “Esto significa que los acontecimientos sociales nos son propiamente el resultado de leyes mecánicas,” que podrían expresarse en la determinación circunstancialista, sino que “toda estructura en realidad se transforma por la interferencia o el accionar de nuevos impulsos humanos, esencialmente vitales e históricos,”[27] y difíciles de una teorización totalmente legislable. Es así que más que determinación la circunstancia entablaría una relación totalmente simbiótica con la vida y el hombre, a pesar de su condicionalidad. 
La originalidad circunstancial y la capacidad de hacer de la vida con respecto a ésta, suscitan, como expresa Haya de la Torre, que el devenir social sea relativo. Cosa que Carlos Zelada también advierte: 
 El nivel desde el cual el hombre intenta efectuar la aprehensión mental de lo humano  y desde el cual ensaya el tejido de su existencia, es diferente en cada situación de la vida o momento de la historia, porque la lógica vital  que facilita la comprensión de las diversas categorías de la vida y de la historia hállase nutrida por los principios contextuales de la circunstancialidad y la temporalidad. [28]
Empecemos por describir que se puede entender por lógica vital. Vimos que es la vida el origen de toda acción humana, incluyendo en ésto a la razón misma: el hombre no vive porque piensa sino que piensa porque vive, incluso, “el pensamiento racional del hombre es un instrumento para la salvación de la vida.”[29] Es por eso que la filosofía debe concebirse como “un pensar vital”, una lógica o razón vital, que surge como consecuencia del vivir, de las necesidades cotidianas de la vida, y que a partir de ellas funciona no como su fundamento primigenio sino como la manera de comprenderlas y auxiliarlas.[30] Pero cómo la vida a la vez surge de una circunstancia histórica concreta, dicha lógica vital es también circunscrita espacial y temporalmente. Y por eso mismo “es diferente en cada situación de la vida o momento de la historia”, es decir, de acuerdo a sus “principios contextuales” será la forma de pensar y relacionarse con el mundo. Aún más:
El concepto de los histórico como fundamento y raíz de la vida humana, hace de esta vida algo inconcluso, en perpetuo devenir, y hace del sujeto a quien le acontece esa peculiar forma de vida, un hecho histórico en sí propio, en el sentido de que cada hombre es un ser único, singular, incanjeable e irrepetible, y asimismo toda actividad o acontecer de los humano sale teñida de esa su radical historicidad.[31]

De esta manera, no es sólo  dicha lógica la que se encuentra relativizada, sino que el hombre mismo y con él, sus efectos y creaciones, se muestran como particulares irreductibles sin posibilidad de volver a existir tal cual en otro tiempo y lugar, en otra circunstancia histórica. Podríamos decir que las circunstancias no repiten sino que siempre están en un proceso continúo de creación. Incluso ellas mismas como hechos históricos, son igual de singulares. Así  todo lo existente se torno autogenerado y auténtico, y al hacerlo se vuelve idéntico, igual sólo así mismo, cancelando la posibilidad de existir como “mala copia” o “eco de vida ajena.” Así la autenticidad devendría siempre como algo  inherente.
Ahora bien, queda preguntarse si ser auténtico es principio suficiente para ser justo. Es decir, que la circunstancia explique los sucesos que en ella se originan resulta obvio, que la circunstancia los justifique resulta complicado, cuando no espinoso, porque de serlo— ¡clásica objeción antirrelativista!— todo  estaría “bien” y nada precisaría de ser remediado o redimido. No habría razón alguna siquiera para querer remover la dependencia latinoamericana. Pareciera entonces que es necesaria la presencia y consideración de un patrón universal que permitiera la trascendencia de las circunstancias y la posibilidad con ello de hacer juicios con contenidos verdaderamente morales. Pero la universalidad no viene a solucionar per se el problema anterior, ya que en sí misma contiene otros conflictos tanto a nivel epistémico como ontológico. Pues  ¿qué es la universalidad o que es lo que es universal? ¿Es homogenización? ¿Es convenio? Y además, si se precisa de lo universal para la realización crítica, ¿entonces todo debe de ser universal? Si sí, ¿qué sucede con las circunstancias? Si no, ¿qué pasa con lo no universal, se vuelve no comunicable? Y en última, última instancia, ¿qué significa trascender la circunstancia? ¿Es qué si se trasciende la circunstancia se trasciende también a la historia? Y si sí, ¿entonces a donde se va a parar? ¿O será que la universalidad es la trascendencia de la circunstancia inmediata por una circunstancia de mayor alcance, algo así como una circunstancia estructural?[32]
Cómo vemos el desarrollo teórico circunstancialista nos dirige a una tensión, sino contradicción,  entre circunstancia y universalidad. Con la circunstancia el devenir histórico se ve especializado, relativizado y fragmentado, no existe más una línea que lo dirija sino distintos momentos y actores históricos que lo construyen de acuerdo a su modo de ser. Es por ésto que con la originalidad circunstancial y su  incapacidad de repetición se ve cancelada la posibilidad de algo  universal. Ya que: “la universalidad de los principios sociales y políticos es siempre relativa y está condicionada por cada Espacio-Tiempo histórico” [33] y “ni la realidad ni el pensamiento pueden ser reducidos a un común denominador universal, sin admitir las condicionalidades históricas de los mismos en cuanto a las expresiones definidoras de diferenciación espacial y a los ritmos peculiares de sucesión temporal.”[34] De manera que lo universal queda subordinado por lo particular, por lo circunstancial. Y si éste último es tan diverso con respecto a todo lo demás y tan igual sólo a sí mismo, ¿cómo lograr la expansión fuera de él?
En Cuadernos americanos encontramos varias opciones. Por ejemplo la renuncia a la universalidad o la renuncia a la circunstancia. Aquí nos gustaría desarrollar sólo la propuesta de Antenor Orrego por considerarla la más completa y conciliadora. Orrego dice:
 Lo universal de una cultura pasada sólo se trasmite a otra cultura distinta o a una cultura sucesora, como ocurrió entre Grecia y Europa, desde una circunstancia concreta a otra circunstancia concreta, es decir, desde lo viviente hacia lo viviente.[35]
              
               Tenemos pues, que Orrego parte de los mismos fundamentos de la teoría de la historia que venimos exponiendo: la vida y la circunstancia. Lo interesante es mirar como en él, estos dos elementos no son obstáculos sino posibilitadores de lo universal. Así, tenemos que una de las principales cualidades de la universalidad es ser transmisible, pero las cosas sólo se transmiten sólo entres entes vivientes y concretos, por que lo que no vive no existe y lo que no existe no puede recibir nada. Y lo que vive, existe y lo hace desde una circunstancia concreta, qué por eso tiene la capacidad de transformar lo transmitido, de ajustarlo a las nuevas implicaciones. “Precisamente la piedra de toque de los  valores universales es que pueden insertarse de nuevo, reelaborarse dentro de un reciente drama histórico; repensarse con revitalizante originalidad y fecundidad para el hombre, desde cualquier circunstancia concreta.”[36] Lo universal no es universal en sí mismo, sino que es universal en tanto que alguien más lo recoja adecuándolo a sus propias necesidades, aunque éstas sean contrarias a sus necesidades originales. Podríamos decir que lo universal no es aquello que existe en todo el mundo y en todo tiempo, como una especie de valor transhistórico, sino aquello que puede salir de su circunstancia de origen para adecuarse a otra. Es decir, lo universal es lo universabilizable.  Por esto mismo no es auténtico, en el sentido etimológico del término, sino que es diverso, por su cualidad transmisible y maleable. Y es por estas mismas cualidades, que puede ser universal. 
De este modo, podemos afirmar con Orrego que “Lo opuesto a lo universal no es lo concreto, lo circunstancial, lo singular, lo individual, que son sus raíces o gérmenes vivos. Lo opuesto a lo universal es lo general, lo abstracto, lo meramente teórico y técnico, lo esquemático, lo cosmopolita que ha sacudido el polvo telúrico de su calcaño.” Lo no universal es aquello que niega que ha salido de lo particular y que por eso mismo es aplicable a toda la Humanidad. Lo universal por el contrario, es aquello que a pesar de tener un origen singular, puede ser empleado y requerido por otras circunstancias. Es decir,  lo universal es lo que tiene “su núcleo germinal en la circunstancia[37]” y que por eso mismo se desenvuelve, cómo todo lo humano, históricamente.





              









BIBLIOGRAFIA

·        ABAD CARRETERO, Luis, “La significación de lo histórico” en Cuadernos americanos, año XIII, núm. 6, nov-dic, 1954
·        AJA, Pedro Vicente, “Lo histórico y la filosofía” en Cuadernos americanos año XVII, núm. 2, marz-abr, 1958
·        Alfaro López H. Guillermo. La filosofía de Ortega y Gasset y José Gaos: una vertiente del pensamiento hispanoamericano. UNAM/CCYDEL, México, 1992.
·        ARDAO, Arturo, “El historicismo y la filosofía americana” en Cuadernos americanos, núm. 4, año IV, México, jul-ago, 1946
·        BOTHELO, Adjucto, “Un problema filosófico: la historia” en Cuadernos americanos, año V, núm. 6, nov-dic, 1946
·        CASTAÑAR, Fulgencio, “Algunas calas en la relación entre Cuadernos Americanos de México y los exiliados republicanos españoles” en José Maria Balcells y José Antonio Bowie (eds), El exilio cultural de la Guerra Civil, 1936-1939, Universidad Salamanca, Salamanca, 1999. Disponible en http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01349497566571272199680/p0000001.htm  (15 de junio de 2009)
·        GONZÁLEZ NEIRA, Ana, “Cuadernos americanos y el exilio español: nacimiento de una revista universal (1942-1949)” en Cuadernos americanos, vol. I, núm. 127, ene-feb, 2009
·        HERNÁNDEZ FLORES, Guillermo, Del “circunstancialismo” de Ortega y Gasset a la “filosofía mexicana” de Leopoldo Zea, UNAM, CCyDEL, México, 2004
·        MATUTE, Álvaro (comp.), El historicismo en México. Historia y antología, FFyL, México, 2002
·        Medin, Tzvi. Ortega y Gasset en la cultura hispanoamericana, FCE, México, 1994
·        RAMA, Carlos, “Una nueva historia para nuestro tiempo” en Cuadernos americanos, núm. 3, vol. XV, may-jun, 1956
·        ORREGO, Antenor, “La circunstancia de la cultura americana. Pensamiento intemporal y pensamiento histórico” en Cuadernos americanos, año XIV, núm. 2,  1955
·        ZEA, Leopoldo, El positivismo en México, FCE, México, 1978
·        ZELADA, Carlos, “¿Hacia un cambio de gravitación histórica?” en Cuadernos americanos, año XIII, núm. 3, may-jun, 1954




[1] Ejemplo de este giro es la obra de Leopoldo Zea que busca anular la dependencia latinoamericana, como primer objetivo de su filosofía.
[2] Medin, Tzvi. Ortega y Gasset en la cultura hispanoamericana, FCE, México, 1994, p. 179
[3] ZEA, Leopoldo, El positivismo en México, FCE, México, 1978, p. 21
[4]ZELADA, Carlos, “¿Hacia un cambio de gravitación histórica?” en Cuadernos americanos, año. XIII, núm. 3, may-jun, 1954, p. 149
[5] AJA, Pedro Vicente, “Lo histórico y la filosofía” en Cuadernos americanos año. XVII, núm. 2, marz-abr, 1958, p. 94
[6] Ibíd., p. 97
[7] ABAD CARRETERO, Luis, “La significación de lo histórico” en Cuadernos americanos, año XIII, núm. 6, nov-dic, 1954, pp. 137-138
[8] Ibíd., p. 130 y 132
[9] AJA, Pedro Vicente, Op. cit.,  p. 97
[10] La cuestión de la universalidad, también trataré de abordarla cuando toque el tema de la circunstancia.
[11] Ibíd., p. 99
[12] Ibíd., p. 100
[13] ABAD CARRETERO, Op. cit., p. 132
[14] BOTHELO, Adjucto, “Un problema filosófico: la historia” en Cuadernos americanos, año V, núm. 6, nov-dic, 1946, p. 131
[15] ORREGO, Antenor, “La circunstancia de la cultura americana. Pensamiento intemporal y pensamiento histórico” en Cuadernos americanos, año XIV, núm. 2,  1955, p. 75
[16] ABAD CARRETERO, Luis, Op. cit.,, p. 124
[17] ORREGO, Antenor, Op. cit., p. 78
[18] Ibíd.,  p. 75
[19] Existen otras connotaciones para la descripción de la circunstancia, por ejemplo la de Carlos Zelada, que piensa a la circunstancia solamente como espacialidad. Y la Luis Carretero, quien afirma: “El hombre no ve la circunstancia como si fuera una realidad objetiva sino que la inventa partiendo de las internas realidades en los sucesivos instantes que va viviendo. Diríase que esto es lo que dice la teoría del circunstancia, pero yo veo la circunstancia como espacial y racionalista y el instante como temporal y voluntarista. La circunstancia empequeñece al hombre como actor” (ABAD CARRETERP, Op. cit., p. 140) Yo elegí exponer arriba la utilización de circunstancia histórica porque me parece ser que es la más completa y que más tintes de  historicista tiene.

[20] HAYA DE LA TORRE, Víctor, “Algo más sobre la tesis del espacio- tiempo histórico” en Cuadernos americanos, año VI, núm. 2, marzo-abril, 1947, p. 97
[21] Ibíd., p. 99
[22] ORREGO, Antenor, Op. cit., p. 75
[23] Ibíd., p.78
[24] Ibíd., p. 76
[25] Uno aquí podría preguntarse de donde es que surgen tales necesidades de la circunstancia o de la vida, o es que más bien es la necesidad de dominación de la circunstancia.
[26] ZELADA, Carlos, Op. cit., p. 148
[27], Ibíd.,  pp. 148-149
[28] Ibíd., p. 146
[29] ORREGO, Antenor, Op. cit., p. 76
[30] En Ortega y Gasset, esta razón vital deviene luego en razón histórica, que procesualmente tiene las mismas funciones, pero ahora con respecto al devenir de la historia.

[31]  AJA, Vicente, Op. cit., p. 97
[32] Esta pregunta a su vez nos lleva a cuestionar a la misma circunstancia, es decir, a preguntarnos el radio de acción y existencia de ella. ¿Es que las circunstancias se asemejan más a los acontecimientos o a las estructuras? ¿Las circunstancias son en sí mismas homogéneas o no? ¿Dentro de una circunstancia puede haber más circunstancias o no? Abogamos pues por la necesidad de construir una tipología de la circunstancias, que tal vez se asemeje a los tiempos de larga, mediana y pequeña duración de Braudel, pero consideramos que aún así, la tipología circunstancialista resultaría de naturaleza distinta, ya que sí partimos del aforismo orteguiano “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo,” sería difícil que el sujeto se disolviera en las estructuras o viceversa. Ya que las distintas especies de circunstancias que resultaran de tal tipología implicarían una fusión simbiótica del yo/circunstancia que impediría que la libertad humana fuese abolida o absolutizada.
[33] HAYA DE LA TORRE, Víctor, Op. cit., p. 100
[34] ZELADA, Carlos, Op. cit., p. 155
[35] ORREGO, Antenor, Op. cit., p. 79
[36] Ibíd.,  p 79.
[37] Ibíd., pp. 79-80