lunes, 29 de octubre de 2012


1492: El problema de América
Rogelio Laguna
Universidad Nacional Autónoma de México
Facultad de Filosofía y Letras
Colegio de Filosofía








La raza hispana en general tiene todavía
esa misión de descubrir nuevas cosas
en el espíritu ahora que todas las tierras
están exploradas.
José Vasconcelos

Las cosas no tienen origen, afirmó en algún momento el pensador alemán Hans Blumenberg[1], somos nosotros los que buscamos y decidimos cuál es el origen de las cosas, queremos saber dónde, cómo, cuándo empezaron. Como si al descubrir un cronotopo de origen pudiéramos al mismo tiempo reconocer la esencia de las cosas, la explicación de su pasado y el sentido de su devenir. La misma filosofía se ha dedicado por siglos a pensar según las categorías de causa y efecto, exigiéndole a todo que se explique con precisión, nada puede suceder sin una (buena) razón y sin un tiempo y lugar específicos.
            Este anhelo de la filosofía ha llevado sus pasos tan lejos que casi nada ha escapado a ser fechado y explicado por la razón, el universo mismo tiene una fecha aproximada de inicio, celebramos nuestros cumpleaños y aniversarios, e incluso los centenarios y bicentenarios de los países. Lo que nadie se sienta a reparar es que establecer un origen a las cosas no es tan simple ni tan inocente. Establecer una fecha de inicio, significa determinar a los seres, diferenciarlos, fijarlos a un momento histórico y otorgarles un lugar en el funcionamiento de los sucesos del mundo y de la sociedad humana.
            ¿Qué ha pasado en nuestra América, por ejemplo, una vez que casi por voluntad mayoritaria se decidió ver en 1492 la fecha de su descubrimiento? Esta pregunta es relevante si tomamos en cuenta que para el pensamiento occidental América no existía antes del siglo XV y que la colonización y la conquista se llevaron a cabo bajo un pensamiento que registraba la historia de América únicamente desde la llegada de los europeos como si lo anterior no fuera relevante o simplemente fuera omisible.
¿Qué ha pasado con los pueblos indígenas, las sociedades mestizas y los Estados una vez que se aceptó la tesis de que América fue descubierta en 1492 y que antes esta tierra no formaba parte de la historia universal?  Además, ¿qué destino, qué condena o salvación trajo consigo dicha fundación temporal?
La situación política actual en el que la mayoría de los países americanos son explotados y marginados, controlados desde centros de poder político, social y cultural, hace necesario reabrir la pregunta por lo que somos, por lo que es esta tierra; hay que pensar nuevamente lo que nos han dicho de nosotros y cuestionarlo para encontrar una vía de salida a la “indigencia cultural” a la que parece que estamos sometidos.
Para lograr dicho objetivo se hace inevitable preguntar por el origen de América y por las concepciones teóricas con las que el continente está relacionado desde sus inicios, porque como afirma Edmundo O’Gorman en La invención de América[2], reflexionar las bases de lo que nos ha formado trae como consecuencia la toma de consciencia de nuestra situación histórica y nos permite enfrentar la perspectiva del futuro, la posibilidad de crear un nuevo destino para todos.
De esta forma, el año de 1492, fecha en que el pensamiento europeo incluye a nuestro continente en su historia, obliga a un nuevo acercamiento filosófico, para  determinar si dicho inicio hace justicia a la identidad y la cultura de los pueblos americanos y también para poner a la luz que haber tomado una fecha particular como punto crucial de la historia de América ha tenido consecuencias para nuestras naciones, culturas e historias personales que no se pueden ignorar. ¿Por qué 1492 y no antes o después? ¿Qué implicaciones ha tenido que América sólo exista para el pensamiento occidental tras su descubrimiento en el siglo XV?  
Lo que bien afirma Edmundo O’Gorman sobre el problema que nos incumbe es que la clave para entender la identidad y la historia Americana estriba en explicar satisfactoriamente la aparición de América en la cultura occidental, pues sólo así se podrá descubrir “la manera en que se concibe el ser de América y el sentido que ha de concederse a su historia”, su filosofía, su política, sus naciones, etc.
Decir, como lo hace la llamada “historia universal”, que Colón descubrió América, no es más que una posible interpretación de los hechos. Porque se sabe muy bien que el propósito de Colón era llegar al extremo oriental de Asia y no imaginaba que a mitad de camino fuese a encontrar unas tierras desconocidas. El mismo Colón estaba convencido en sus viajes que había llegado a las Indias y jamás pensó en haber descubierto un ente geográfico e histórico desconocido, incluso contra toda evidencia empírica.
Habrá que afirmar con O’Gorman que no es satisfactorio decir que América fue simplemente descubierta, porque no era una entidad que precediera a los viajes de Colón y solamente tuviera que reconocerse, el llamado “nuevo mundo” fue y siempre ha sido un ente histórico sujeto a las circunstancias de su tiempo que se ha configurado temporalmente en el pensamiento. Decir que fue “descubierto” es una consideración de la reflexión europea más que de un descubrimiento físico concreto— que además fue realizado por casualidad—. En otras palabras, la idea de América no pudo aparecer en el pensamiento occidental hasta que no se descartó teóricamente, aun habiendo pruebas empíricas importantes, que las tierras a las que había arribado Colón no eran parte de Asia, ni unas islas aisladas, sino un continente que yacía entre Europa y Asia navegando hacia el oeste.
Sin embargo, los historiadores europea insistieron desde un inicio, como es el caso de Fray Bartolomé de las Casas, que a pesar del desconocimiento de Colón acerca de su descubrimiento, llegar a América era un designio divino con el que Dios premiaba a la corona española por sus servicios a la fe católica y como recompensa por la pérdida de los territorios protestantes. 
Así, el descubrimiento se había llevado a cabo por un hombre elegido, al que Dios dotó de todas la cualidades necesarias para dicha tarea. A esto se sumaban las relaciones que no tardaron en aparecer entre el nuevo continente y el mito de la Atlántida, los versos proféticos de Séneca, la leyenda del piloto anónimo y hasta la teoría de las Hespérides de Oviedo, como si el nuevo continente ya hubiera estado en la imaginería y la intuición europea desde la Grecia clásica. América, sin duda, aparecía como un regalo para los europeos y Colón había sido el elegido para abrir el acceso a una regiones desconocidas y repletas de pueblos a los que era urgente predicar la palabra cristiana y concederles la oportunidad de recibir los sacramentos antes de que ocurriera el fin del mundo, que la mayoría de los pensadores consideraba como un hecho inminente.
Lo que vemos repetidamente es que los historiadores europeos, en particular los españoles,  de una o de otra manera buscaban “reclamar” el descubrimiento americano para Europa, justificar  teórica y teológicamente el apropiamiento de las riquezas, haciendo pasar la llegada al Nuevo Mundo como un suceso de antemano esperado, determinado por Dios. Sólo así se entiende que la mayoría de los pensadores omitieran o tomaran como insignificantes las exploraciones vikingas del siglo XI en América, que hacían ver a los viajes de Colón como un redescubrimiento y no como un primer encuentro.
Frente a ello lo que O’Gorman quiere que se recuerde y que quede bien claro que los intentos europeos por justificar 1492 como la fecha de un descubrimiento no lleva sino al absurdo, porque América no era algo que existiera verdaderamente en la historia europea, ni siquiera después de 1492, sino que se tuvo que hacer toda una elaboración teórica que permitiera aceptar que el descubrimiento de un continente nuevo. Además de que una vez confirmado el descubrimiento de nuevas tierras, la noción teórica del nuevo continente implicaba siempre subsumirlo al poder y las coronas europeas. Pues Europa era vista como una tierra destinada por Dios para gobernar a las demás partes del mundo y cualquier exceso se justificaba (y se justifica) en dicha creencia.
Pero el ser de las cosas, recuerda O’Gorman, no es algo que ellas tengan en sí, sino algo que se les concede u otorga, y el ser que se le otorgó a América estaba marcada desde un principio por prácticas de poder vertical y jerárquico, apresada por un supuesto derecho divino que la hacía susceptible de ser conquistada y gobernada por los europeos. No es ya de extrañarse porque Enrique Dussel[3] ve también en 1492 una fecha problemática, una fecha de encubrimiento, porque los europeos viajaban y descubrían teniendo en mente una imagen del mundo y una idea a priori del orden del cosmos, que no abandonarían fácilmente y donde ellos eran los privilegiados. Para Dussel, el descubrimiento de América es el inicio de modernidad, aquel reinado de la razón que quiere adueñarse de todo, conseguir y gobernar todo. 1492 aparece para la historia de los pueblos americanos como una fecha de encubrimiento más que de descubrimiento.
“El mal que está en la raíz de todo el proceso histórico de la idea del descubrimiento de América, consiste en que se ha supuesto que ese trozo de materia cósmica que ahora conocemos como el continente americano ha sido eso desde siempre, cuando en realidad no lo ha sido sino a partir del momento en que se le concedió [esa] significación”.[4]
Las tierras americanas y todas las culturas que habitaban en ellas no eran sino una oportunidad de redención y de riqueza para los países europeos, que no dudaron en hacer uso de la fuerza armada para conseguir sus objetivos, incluso si ello significaba la desaparición de las poblaciones indígenas, la explotación indiscriminada de los recursos naturales y la división en castas de la población.
En palabras del célebre escritor latinoamericano Eduardo Galeano:

Es América Latina, la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función, siempre en beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las dependencias sucesivas, que tiene mucho más de dos eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro de cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes internas de víveres y mano de obra.[5]

La pregunta que sigue aquí es qué pasaría si dejamos de ver en 1492 una fecha de descubrimiento glorioso y luminoso. Tal vez veríamos que “todos esos hechos que ahora conocemos como la exploración, la conquista y la colonización de América: el establecimiento de regímenes coloniales en toda la diversidad y complejidad de sus estructuras y de sus manifestaciones; la paulatina formación de las nacionalidades; los movimientos en pro de la independencia política y de la autonomía económica; en una palabra, la gran suma de la total de la historia americana, latina y sajona”[6] se reviste de una nueva significación, pues América aparece más bien como el continente que históricamente ha buscado liberarse, encontrar su propio espacio y tiempo para mostrar su verdadero ser que se resiste a ser encubierto por completo.
Alejándonos, al menos en el pensamiento, de la fecha de 1492, veríamos la posibilidad de buscar un nuevo origen a la historia de nuestro continente que no venga marcado por las prácticas colonialistas y opresoras, una nueva historia que comience en las culturas ancestrales y no en la irrupción europea. Porque América no está cerrada y su historia no está tampoco terminada, nuestro continente no es lo pasado, sino lo que sigue siendo. Es momento de que la reflexión americana reconozca de una vez una visión dinámica y viva de lo que acontece en los diferentes pueblos americanos, que si bien ya herederos de la lengua y de las tradiciones europeas, aun ricos en manifestaciones propias y con la capacidad de autodeterminarse y liberarse.  En palabras de O’Gorman, debemos buscar en América, un  nuevo concepto que aprehenda de un modo más adecuado la realidad de los hechos, la realidad de nuestros pueblo. Y ese concepto, es el de una América inventada, no fija, que seguimos construyendo todos los días y no la vieja concepción de una América descubierta, esclavizada y conquistada por la intolerancia.
Esa visión sin duda se relaciona con el proyecto de otro de nuestros pensadores: José Vasconcelos,  quien también buscaba la fundación de una nueva América no sujeta al eurocentrismo ni a la opresión. En el memorable lema de la Universidad Nacional Autónoma de México: Por mi raza hablará el espíritu propuesto en 1920 por José Vasconcelos se revela el  pensamiento y la vocación social de su proyecto. En dicho lema, en palabras del pensador, se "significa la convicción de que la raza nuestra elaborará una cultura de tendencias nuevas, de esencia espiritual y libérrima, pretendiendo significar que despertábamos de una larga noche de opresión".[7]
            Vasconcelos crítica que los pueblos latinoamericanos lejos de sentirnos unidos frente a nuestro desastre de identidad y para superar la confusión de valores y conceptos que nos trajo la colonización, nos dispersemos en pequeños y vanos fines, y en voluntades separadas.
            “Nos negamos los unos a los otros. La derrota nos ha envilecido a tal punto, que, sin darnos cuenta servimos a los fines de la política enemiga (…). No sólo nos derrotaron en el combate, ideológicamente también nos siguen venciendo”. [8]
            La misma filosofía eurocéntrica, piensa Vasconcelos, nos ha llevado a creer en la inferioridad del mestizo, en la irredención del indio, en la condenación del negro, en la decadencia de los orientales. Esto es a causa de que las revoluciones armadas, no se han seguido de una revolución del pensamiento. Porque lo esencial, lo que requiere nuestra América para desplegar su propio ser es la  revolución de las conciencias.
Hay cierta fatalidad en el destino de los pueblos lo mismo que en el destino de los individuos; pero ahora que se inicia una nueva fase en la Historia, se hace necesario reconstituir nuestra ideología y organizar conforme a una nueva doctrina étnica toda nuestra vida continental. Comencemos entonces haciendo vida propia y ciencia propia. Si no se liberta primero el espíritu, jamás lograremos redimir la materia.[9]
            En palabras de Eduardo Galeano, lo que ahora tenemos prohibido los americanos es cruzarnos de brazos, la injusticia y la pobreza de nuestros pueblos no son un designio divino como lo pensaban los colonizadores, ni están escritos en los astros. América es el lugar en donde corren  los deseos y los años de revolución, tiempo de redención de nuestra conciencia y de nuestro fracaso histórico por liberarnos.  



[1] Hans Blumenberg, La risa de la muchacha tracia. Una protohistoria de la teoría,  Pre Textos, Valencia, 2006.
[2] Edmundo O`Gorman, La invención de América, Fondo de Cultura Económica, México, 2003.
[3] Enrique Dussel, 1492: El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del “mito de la Modernidad”, Nueva Utopía, Madrid,1992.
[4] Edmundo O`Gorman, op.cit., p.49
[5] Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina, Siglo XXI de España, Madrid, 2009.
[6] Edmundo O`Gorman, op.cit, p.53                                                                                                                          
[7] Citado en  http://es.wikipedia.org/wiki/UNAM
[8] José Vasconcelos, La raza cósmica, Porrúa, México, 1995.
[9] Ibid. p.30

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