miércoles, 9 de enero de 2013


Destinos irónicos

--Me voy queriéndote.                                 
--Pero vas a olvidarme.
Olvidar ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía decirse con semejante facilidad algo tan complicado? ¿O es que podía dejar pasar aquello así como así? ¿Olvidarlo como se olvidan las caras, las direcciones, los números de teléfono? No, jamás. No desistiría en su afán de recordar cada palabra, cada sabor, cada nota, mientras una gota de sangre le quedara.

Y así  echó a andar por el larguísimo camino con un único propósito: no olvidar nada, nunca. La mente fija, los ojos fijos, que lograron atraer hacia sí formas, caricias, fragancias, músicas, promesas, imágenes, emociones, sensaciones; con increíble claridad, hasta el punto de casi tocarlos. Y, como sucede cuando acercamos mucho la vista a un objeto, de pronto todo se convirtió el una mancha amorfa, indescifrable. Se asustó, deseó retractarse, desenredar los nudos, mas no encontró los extremos de la cuerda, y luego no supo qué cuerda era ésa, de quién. Se encontró ahí, su cuerpo varado a mitad de la calle. Quiso encontrar huellas que le indicasen su procedencia, no pudo. Algo en la boca del estómago, como un agujero, fue creciendo e hizo brotar una lágrima, pero, ¿por qué? No tenía sentido ni explicación ¿Era realmente una lágrima? Quizá una gota de lluvia. 
Eva Astorga Tapia 

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