domingo, 4 de abril de 2010

El arte neoclásico como la segunda conquista de América. de Arleen Olvera Berber


El arte neoclásico como la segunda conquista de América.
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Arleen Olvera Berber
F.F. Y L. UNAM.

A mediados del siglo XVIII, América fue testigo de la edificación de extraordinarias iglesias, extravagantes retablos, imponentes altares y lujosas residencias en las cuales se expresaba el barroco - el cual ya llevaba un largo tiempo produciéndose-  en su forma más libre, emocionante, atrevida y sumamente enriquecida.

Fue en él donde el pueblo de América se expresaba con un carácter propio en originales obras y con extraordinaria grandeza. La recuperación de valores esenciales de la cultura indígena y sus vivencias en los espacios externos, sus ritos y su sacralización dentro de la vida cotidiana, así como todo su sistema de valores sociales y culturales se encontraban presentes en las manifestaciones del barroco americano, el cual trajo consigo toda una transferencia ideológica de persuadir, de hacer sentir y de hacer participar. De ésta manera se proyecta al barroco como el profundo integrador entre la razón y la emoción, dentro de una síntesis cultural producto del siglo XVIII americano. Por otra parte ésta propuesta cultural mestiza potencializó la ideología de la contrarreforma y generó una arquitectura que trascendió en cantidad y  calidad dentro de la metrópoli.
Sin embargo el barroco americano se vio como una expresión menor con tintes provincianos condenada a ser la expresión tangible y testimonial del antiguo régimen y por consiguiente de la tradición a la cual se opuso  la modernidad clasicista. El barroco americano fue el fruto de un proceso creador que se cimentó en una dinámica estructural social y cultural. En cambio el clasicismo llegó como una imposición de una propuesta externa cuya teoría y valores universales eran sumamente ajenos tanto en forma como en espíritu. [1]
A partir del Renacimiento con el florecimiento de las humanidades y  las ciencias, las preocupaciones del hombre, que pasaría a llamarse “moderno”, fueron otras: se instaló en el estudio de sí mismo y de lo natural desde una perspectiva científica, artística, o bien estética, influida en buena parte por los inicios del naturalismo, abriendo paso al movimiento neoclásico. El neoclásico, que en el nombre lleva el significado de su espíritu: la renovación del arte clásico. [2]
Se puso en marcha la asimilación y apropiación de una modernidad, con un nuevo espíritu, tiempo y lugar, testimoniada por el barroco americano antes que por cualquier otra modernidad importada que viniera a rectificar la modelìstica, que cuando menos era exótica, tan exótica y compleja como lo fue el proceso de conquista del siglo XVI. El clasicismo se convirtió entonces en la segunda conquista: la de la ilustración europea en América.
El hombre ilustrado y moderno se preocupaba por la política y la economía, por la educación y de la nueva filosofía empirista como sistema. Además,  cuando se discutía acerca de la razón y la ilustración era imposible no poner los ojos en el mundo clásico, ya que cuando el humanismo rompió el cerco y se quedaron de momento sin una expresión cultural asentada, acogió a la madre nunca muerta: la cultura clásica.[3]
Por lo tanto, la distancia que va de un proceso cultural a una “nueva conquista” , donde no sólo se impone una lengua uniformadora sino que también pretende la transformación de las bases sociales y productivas ya existentes, permitió entender en una parte lo que significaba el clasicismo y la presencia de la Academia.
Durante el periodo barroco en América existió un total entendimiento entre los grupos que participaban en la obra arquitectónica. El comité o mecenas, el arquitecto, el usuario o el público, entendían y participaban en los códigos de estas obras. En cambio con el neoclasicismo, el comitente fue forzado por las disposiciones reales, el profesional se extrajo de una elite privilegiada y al público le seguía gustando el barroco. [4]
El barroco, nacido de una visión de la Contrarreforma religiosa, de la tensión de las guerras de religión y de una monarquía absoluta, no podía seguir siendo la expresión de una época nueva, que aspiraba a respirar una atmósfera racional y tranquila. Ésta fue la razón por la que se promovió la sustitución del estilo barroco por el neoclásico, de moda en Europa, el cual se prestaba singularmente para encarnar el carácter racional y práctico, a la vez que erudito y académico  del espíritu ilustrado.
Así en lo estilístico se anunció el principio del fin del arte barroco y su sustitución por el neoclasicismo. Para ello, la Academia tomó a su cargo no sólo la formación de los futuros artistas, sino también el control y la vigilancia de los ya practicantes, en un intento de obligarlos a acatar las nuevas normas estéticas.
Así surgieron las columnas cilíndricas contra las salomónicas, el frontón cerrado contra los remates ondulados; el blanco y el gris contra el color y el oro; el mármol y el estuco contra la madera y la yesería policromada; la línea recta contra la curva, la razón contra el símbolo. Se cambiaron los espejos, los cristales y la madera dorada por el mármol blanco, el bronce y la madera natural; así como la rica policromía y los tonos pastel se abandonaron por tonos más sobrios.
La actuación de la Real  Academia de Bellas Artes de San Fernando y sus arquitectos respecto a la arquitectura americana, revistieron las características que ratificaron la escasa seriedad de la instrucción para emplear los mecanismos que ella misma había generado. [5]
La tarea de la presencia neoclásica en América estuvo a cargo de la Real Academia de San Carlos de la Nueva España – aprobada por Cédula Real el 25 de diciembre de 1783 e inaugurada el 4 de noviembre de 1785 - así como del desempeño de los escasísimos arquitectos académicos y de los ingenieros que actuaron en América bajo estas premisas. [6]
En efecto a partir de la Real Orden de 1786, todos los proyectos de edificios públicos, civiles y religiosos realizados en América, debían ser aprobados  con anterioridad a su ejecución por la Academia madrileña.[7]
Esto se tradujo en un esfuerzo de control y censura y, en el caso americano, estas condiciones se agravaron con la distancia y los circuitos burocráticos del consejo y la administración, además de una notoria falta de interés por parte de los académicos por todos aquellos proyectos que nos les proporcionaran algún crédito social.
Cabe mencionar que el arte neoclásico abarcó sólo cuarenta años en la historia de la Nueva España por citar el ejemplo más representativo, once de los cuales se ven propiamente marcados por las guerras de independencia que coadyuvaron al empobrecimiento del país.[8] Es precisamente a estas dos circunstancias: la época y la pobreza del momento, que las edificaciones neoclásicas son mucho menos abundantes[9].  Por todo esto, se recogió la esencia de lo griego y lo romano con profunda admiración la cual le dio un fundamento a la corriente neoclasicista. Los imitadores y conocedores de las obras griegas encontraron en ellas la belleza ideal, ya que lo que reposa en la obra de arte griega es la hermosa sencillez y la serena grandeza, la línea sutil que separa en la naturaleza, lo que es suficiente de lo que es superfluo, y el reposo, pues solo mediante el reposo se puede expresar la verdadera fisonomía del espíritu.[10]
Juan Joaquín Winckelman en sus obras dice: “… el buen gusto se comenzó a formar bajo el cielo de Grecia, luego el camino más directo para alcanzar la belleza es la imitación de la antigüedad… ” [11]  
Así pues, el mundo moderno se encargó de transformar la producción artística por un lado y el de la libre creación por el otro, por lo que se le dio solución como pudo. Fue precisamente Carlos III, Rey de España,  quien patrocinó las artes en un momento histórico en el que “todo se hacia a la griega” célebre frase de Grimm escrita en 1763. [12]
  “… quiero trabajar en un estilo griego puro. Alimento mis ojos de estatuas antiguas y aun tengo la intención de copiar algunas de ellas… Quiero tratar de evitar gestos teatrales  y las expresiones que los modernos han llamado: pintura expresiva…” [13]
En el caso de Nueva España, el siglo XVIII fue un campo propicio para lo que entonces llamaron “moderno”, término que implico una posición racionalista y en el campo de las artes propiamente la inclinación a lo clásico. La corriente entró en la segunda mitad del siglo dentro de la orden de los jesuitas, quienes serian expulsados en 1767 de los dominios españoles. [14] Éstos eran los ideales de los artistas clasicistas, ideales que permearon el arte académico de una forma, además de que conjugó la oposición al romanticismo apasionado de tipo “expresionista”.
 Así, la Academia de San Fernando de Madrid nació dentro de la corriente neoclásica instaurada por los arquitectos Ventura Rodríguez y José Hermosilla, último traductor de Vitrubio[15], dejando sentir su influencia en todas las academias españolas.
El ambiente artístico era tal que las corrientes del gusto y de la razón hicieron que llegara un selecto grupo de arquitectos, pintores, escultores y grabadores a impartir sus enseñanzas a la Academia de San Carlos de la Nueva España donde dejaron obras que desde el movimiento neoclásico son verdaderamente incomparables. Y como aconteció en Europa, los principios neoclásicos se impusieron en Nueva España, contrastando con una expresión ultra barroca que se intentó cortar de raíz, donde la aceptación de esta nueva forma de concebir el arte llego a convertirse en una nueva carta de naturalización para la población.
Una de las mayores problemáticas se dio precisamente con la Academia de San Carlos, ya que propició una situación provechosa para las bellas artes, la cual se tradujo en un proceso de limitación. No hay duda de que la Academia significó una evolución en las artes dentro del mundo histórico novohispano.
De esta manera me cuestiono si cuando llegaron los primeros arquitectos neoclásicos se espantaron de la Ciudad de México, ¿cuál era el sentido de las filigranas estípites en las fachadas y templos? o  ¿qué sentido tenían los palacios con muros rojos y labores blancas de piedra en puertas y ventanas?
Cito la carta del ilustrado, joven ingeniero y arquitecto Miguel Constanzò quien reflexionó acerca de  “limpiar” la ciudad y pedir cuenta a los arquitectos:
  “…La ninguna sujeción de los maestros de arquitectura a las reglas de su arte, es el origen de la deformidad que se nota en los edificios públicos de esta ciudad. Algunas casas se elevan a una altura que no permite la notoria debilidad del terreno, con inminente riesgo de que se arruinen, y en todas está desatendida la elección y gusto en la decoración de las fachadas, que es lo que constituye la elegancia y hermosura exterior de un edificio; en muchas de ellas se ve con horror una confusa y desagradable mezcla de los tres órdenes; las puertas y ventanas se colocan arbitrariamente, sin correspondencia y simetría; las escaleras son tan peligrosas como insufribles, y la distribución interior no ofrece aquel descanso que fue objeto de su comodidad… la monstruosidad de estas fábricas desfiguran las calles de esta hermosa capital” …[16]
A su vez el escritor Don José Caveda, en sus memorias para la fundación de la Real Academia de San Fernando, arremete contra los artistas barrocos acusándolos en los siguientes términos:
  … “idearon aquel estilo fácil y abreviado, fascinador y engañoso que llenó de falsa brillantez, licencioso y osado, al confundir la originalidad con el capricho y la verdadera inspiración con el delirio. Tuvieron en poco la rigurosa imitación de la naturaleza, abriendo a las artes una carrera de perdición y ruina. Fascinar los ojos a expensas de la razón, será siempre un mal del sistema”…[17]
La corriente neoclásica dio frutos en Nueva España en las obras de Damián Ortiz de Castro, particularmente en la inigualable y original solución de las torres de la Catedral metropolitana , después fueron las obras del arquitecto y escultor Manuel Tolsà, quien le otorgó cierta unidad al monumento rematándolo con una elegante cúpula de esbelta linternilla,[18]además de que por su innegable buen gusto y excelente sentido de proporción y escala le otorgó un gran equilibrio tanto al interior como al aspecto exterior de las edificaciones. La ciudad vio levantarse al espléndido Palacio de Minería, la máxima obra del valenciano. Las monumentales proporciones de su vestíbulo y las de la gran escalera contrarrestando con el resto de la planta. Tolsà salvó las apariencias de formalidad, grandiosidad y monumentalidad, por medio del patio principal y de las fachadas.[19]
El Palacio de Minería supera en proporciones a otras obras semejantes del movimiento neoclásico internacional.  A su vez, edificó el palacio del Marqués del Apartado, muestra extraordinaria del nuevo estilo.
A su vez en la parte escultórica, la ciudad se engalanó con un monumento de carácter público y civil: la estatua de Carlos IV, “el Caballito”, la cual  resultó ser la escultura ecuestre más bella del mundo[20].
Con esta obra maestra, la Ciudad se equiparó al aspecto de las ciudades europeas de un sólo golpe. Es importante mencionar que había un proyecto regulador de la Ciudad. Este proyecto consistía en regularizar los barrios prosiguiendo con las calles del centro, en las cuatro direcciones, creando las manzanas cuadrangulares de ese mismo centro; era continuar la antigua traza en orden y con miras futuras de agrandar la ciudad en el plan rectilíneo de su fundación. [21]
A pesar de esto, esta súbita transformación, causa del nuevo estilo, no era  del todo comprendido ni asimilado por la población de Nueva España, en realidad no lo veía como maravilla, nada les representó la altura ni la posición dónde se encontraba.
No era digerible para la población volver a remontarse a su pasado, a un pasado que exigió que se integraran a una realidad a la que no pertenecían. No era concebible digerir otro proceso de sustitución como el que se dio en la conquista, donde se impuso desde el cambio de credo y deidades hasta el de las estructuras políticas, económicas, artísticas y culturales. ¿Por qué si ya comenzaban a familiarizarse con el arte barroco, el arte que fue absorbido y aceptado por medio de los sentidos, un arte que había cambiado por completo la manera de organización social, cosmovisión y forma de vida; tenían que volver a sustituirlo porque transgredía el buen gusto por ser grotesco?
La  presencia del neoclásico en América evidentemente buscó sobre todo en Nueva España  la aceptación, valiéndose de un símbolo renovador que buscaba que lo aceptaran de manera tal, que se pudieran destruir innumerables obras barrocas, con el deseo de destruir el pasado inmediato, para sustituirlas por un nuevo espíritu en su máxima expresión, con una nueva actitud con los ojos al futuro a través de una vía racional, la cual significaba  libertad y  progreso, así como la promesa de bellísimas tierras conformando el mundo moderno.  El neoclasicismo se expresó, no sólo en los grandes monumentos, sino que llegó a abarcar aspectos ínfimos de la vida.
Me pregunto si la compostura de las fachadas de las viviendas ¿fueron un derroche de humanidad o sólo la simple colocación de esculturas de dioses mitológicos, híbridamente mezcladas con efigies de santos católicos en los balcones?  ¿Acaso podían ser signos de devoción y piedad?
Como sabemos, muchos censuraron con ferocidad tan monstruosas confusiones con argumentos que podrían ser acertados tratándose de los que se escandalizaban ante las desnudeces artísticas de obra pagana, pero no para la defensa de las festividades en las que deidades del Olimpo se  rodeaban de imágenes cristianas.[22] Así inconscientemente se expresaba un nuevo espíritu que encontró en el neoclasicismo su señal y estandarte.
El arte neoclásico trabajó en cuatro formas principales: 1) en creación, en donde nada había, es el caso del Palacio de Minería, es un ejemplo de ello; 2) en sustitución; en donde se habían sustituido elementos de manera parcial  como es el caso de la Universidad y sus retablos; 3) en reconstrucción, es decir una sustitución total como la iglesia de Jesús María y 4) en finalización; como en la Catedral Metropolitana.[23]
Prosiguiendo con la obra civil neoclásica, tuvimos a Constanzò terminando la Casa de Moneda por la calle de Correo Mayor, aunque su mejor obra fue el Claustro de la Encarnación[24], edificación tan laica y tan poco convencional que ahora puede ser parte de la Secretaria de Educación Pública y nadie lo nota siquiera.
Como vemos, el cambio de las estructuras barrocas a las neoclásicas, incluidas las casas y viviendas fue lento pero continuo. Primeramente se transformaron las fachadas, después se prosiguió a cambiar los materiales, de los hierros forjados se pasó a los vaciados, el tezontle de los muros fue cuidadosamente enjalbegado y así las nuevas casas quedaban a la moda.
Se buscó valorizar el neoclásico como un estilo con raíces fuertemente adheridas y conforme a su época, a un estilo que se fijó a su medio y a su lenguaje formal, el cual se dio a la tarea de satisfacer las tendencias y anhelos de su época.
Decir buen gusto en la segunda mitad del siglo XVIII significaba decir estilo neoclásico, con una escala majestuosa y  grandes dimensiones, las cuales continuaron como un símbolo del prestigio y poder real, un poder propio de la burguesía que tuvo que barrer con las estructuras anteriores, creando un nuevo aparato de dominación, un aparato de dominación mucho más avanzado que el que se había visto en el absolutismo, para el cual se crearon nuevos valores, nuevos patrones de conducta por los nuevos conceptos de moral, las buenas costumbres y las virtudes ciudadanas.  Parte de esto fue la educación manejada a través de instituciones oficiales y en el campo de las artes por medio de las Academias. Todo lo que se sabia de artes tuvo que ser desechado, por un arte creado a la luz de la razón, de la modernidad y orientado al conocimiento directo de la naturaleza.
Sin duda fue difícil la adaptación al movimiento neoclásico, el cual se planteó como una necesidad inevitable. A su vez los estatutos impedían prácticamente el ejercicio de la profesión a quienes no formaran parte de la Academia, lo que planteó evoluciones artísticas de gran trascendencia.  La Academia, al asumir la dirección del arte y buen gusto desde la posición de los intereses de una clase, consagró al escultor, al pintor y al arquitecto como profesores de un arte liberal.
Así, la evolución que trajo el neoclásico como símbolo de la modernidad, se dio en varios aspectos: en el político, el racional y el religioso. Es decir, la nueva política del despotismo artístico ilustrado, cuya reglamentación se tornó en un anti barroquismo. Ésta fórmula se transfirió al terreno de las artes, lo cual permitió la proliferación de las Academias artísticas por toda América.
Las nuevas circunstancias económicas y la nueva convicción en la razón, por llamarlo de algún modo, racionalizaron el arte y puso a los artistas al servicio de las nuevas clases emergentes. Cuando los estilos se han desarrollado y alcanzan su plena realización de acuerdo con sus principios y valores que se les adjudican como propios, terminan por entrar en decadencia evaporando sus formas para finalmente perder su vitalidad.
Los estilos cambian cuando surge la necesidad de cambiarlos; cuando una nueva sensibilidad estética surge es porque se encuentra frente al fin de otra, además de que la perduración va de la mano de la sensibilidad estética de una sociedad. En este caso,  estaba frente a una sociedad que no se sentía sacudida por un instintivo e impulsivo deseo de renovación.





Bibliografía:
-          De la Maza,  Francisco, Del neoclásico al arte nouveau y primer viaje a Europa: Dos estudios inéditos, México/ SEP, 1974.
-          El Palacio de Minería, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, UNAM, 1951.
-          Fernández, Justino, El arte del siglo XIX en México, UNAM/IIE, 1967.
-          Gutiérrez, Ramón, Arte, Historia e identidad en América. Visiones comparativas, México, UNAM/IIE, 1944.
-          Las Academias de Arte, México, UNAM/IIE, 1985.
-          Navascuès, Palacio, Pedro, Del neoclasicismo al romanticismo, Madrid, Alhambra, 1979.
-          Noel, Martin, El arte en la América Española, Buenos Aires, Institución cultural española, 1942.
-          Sola, Miguel, Historia del arte hispano-americano: arquitectura, escultura, pintura y artes menores en la América española durante los siglos XVI, XVII y XVIII, Barcelona, Labor, 1935.
-           Toussaint, Manuel, Arte Colonial en México ,México, UNAM/IIE, 1983.


[1] Ramón Gutiérrez, Arte, historia e identidad en América. Visiones comparativas, México, UNAM/IIE, 1944, p: 742
[2]  Francisco, De la Maza, Del neoclásico al arte nouveau y primer viaje a Europa: Dos estudios inéditos, México/ SEP, 1974 p:12
[3] Justino Fernández,  El arte del siglo XIX en México, México, UNAM/IIE, 1967, p:214
[4] Ramón Gutiérrez, Óp. Cit.  p:755
[5] Ramón Gutiérrez, OP. Cit. P: 748
[6] Justino Fernández,  Óp. Cit. , p: 214
[7] ibíd.
[8] Justino Fernández, óp. Cit. p: 216
[9]  Francisco, De la Maza, Del neoclásico al arte nouveau y primer viaje a Europa: Dos estudios inéditos, México/ SEP, 1974 p:20

[10] Las Academias del Arte, México, UNAM/IIE, 1987 p:49
[11] Ibíd.
[12] Francisco De la Maza, Óp. Cit. P:21
[13] Ibíd.
[14] Las Academias de Arte Óp. Cit. P: 44
[15] Justino, Fernández, Óp. Cit.
[16] Manuel, Toussaint, Arte Colonial en México , UNAM/IIE, 1983, p: 412
[17] Las Academias de arte, México, UNAM/IIE, 1985  p:47
[18] Ibíd. p:415
[19] El Palacio de Minería, Instituto de Investigaciones Estéticas, México, UNAM, 1951, p: 47-48
[20] Justino Fernández, Óp. Cit. P: 220
[21] Francisco, De la Maza OP. Cit. P: 18
[22]Ibíd. p:19
[23]  Francisco de la Maza, Óp. Cit. p: 15
[24] Justino Fernández, OP. Cit. P:219

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