UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
Colegio de Estudios Latinoamericanos
Zwuany Castro Vaca
Desenvolver: “Tito
Yupanqui, escultor indio”,
un ensayo de Guillermo
Francovich
5, marzo, 2010
Introducción
El
objetivo de éste breve trabajo, es la argumentación de cuáles son las
características literarias del texto de Guillermo Francovich, dictado como
conferencia en La Paz, en 1945, intitulado “Tito Yupanqui, escultor indio”, que
lo hacen pertenecer al género ensayo, en
la primera parte del trabajo, situaré al lector en un contexto boliviano,
trazaré a grandes rasgos, la dinámica histórica y las líneas de discusión del
pensamiento boliviano de la primera mitad del siglo XX, puesto que el ensayo,
ciertamente, entra en diálogo con esta literatura, en segundo lugar, analizaré el ensayo
mencionado, utilizando como marco de referencia, por un lado, la especificidad
del género ensayo para Hispanoamérica, y por otro lado, algunos rasgos del
pensamiento de Guillermo Francovich, que nos acerquen a una comprensión, más
profunda del ensayo.
I
Pensamiento boliviano de la
primera mitad del siglo XX
Durante
la primera mitad del siglo XX Bolivia asiste a una serie de catástrofes
económicas y políticas. En primer lugar, los efectos de la crisis del
capitalismo mundial de 1929, que golpearon fuertemente el precio mundial y el
volumen de la exportación del estaño, mineral del que dependía la economía
nacional, y que aseguró la prosperidad de centros urbanos, y el crecimiento de
industrias ligeras de materias primas semielaboradas en La Paz, Oruro y
Cochabamba. La economía del estaño, era administrada por una elite minera, o
“Rosca minera”, como la calificaría la
opinión pública, de la que sobresale Simón Iturri Patiño, un cholo que
estableció un complejo minero en “La Salvadora”, una mina de estaño, situada en
el cantón de Uncía, como señala Klein Herbert, “debido a la repugnancia de
Patiño y otros nuevos magnates del estaño, de verse involucrados en la política
nacional boliviana, ésta fue dirigida por una creciente elite de profesionales
urbanos de alta clase media, y de hacendados provincianos.”[1]
Posteriormente, conforme caían los
mercados internacionales, después de 1929, el excedente de la producción del
estaño, respecto a la demanda de consumo mundial, y su ulterior almacenamiento, obligaron a Patiño, como a
los otros productores internacionales, a ceder sus poderes a los gobiernos
nacionales, este movimiento, puso al gobierno boliviano en el control de su
principal industria, pero también, ligó abiertamente a los barones del estaño
con los asuntos nacionales. El empobrecimiento general de la década de 1930, es
decir, los rasgos semicoloniales de la sociedad boliviana, cuya agricultura,
por el sometimiento a los campesinos, poseía rasgos semifeudales, en la que las
ciudades conservaban actividades semiartesanales, y quebraron la mayoría de las
industrias incipientes, además la propiedad rural y urbana sufrió una
desvalorización, se sumaron a la derrota militar de la Guerra del Chaco en
1932, en la que Bolivia pierde el territorio del Chaco Boreal, a manos de
Paraguay. A grandes rasgos, según Luis Antezana, la disputa bélica entre Bolivia y Paraguay por el Chaco
Boreal, fue resultado de un conflicto básico sobre terrenos petrolíferos, entre
la Standard Oil
Company of New Jersey, con el apoyo de concesionarios bolivianos, y la Royal Dutch Shell, con base en
Paraguay, por lo demás, el belicismo del presidente Salamanca, se apoyó de las
tensiones provocadas por la depresión mundial, y orientó el descontento general
contra el Paraguay.[2]
El panorama socioeconómico que esbocé,
converge con otros dos hechos históricos que marcaron el pensamiento
latinoamericano, en primera instancia, el influjo continental de las ideas antiimperialistas de la década de
1920, y la sucesiva formación de las tres organizaciones más importantes de
ésta corriente: La Liga Antiimperialista de las Américas, (México, 1925) La
Unión Latinoamericana (Buenos Aires, 1925)
y la Alianza Popular Revolucionaria, cuyas primeras células las formaría
Haya de la Torre en Europa. A grandes rasgos, la corriente antiimperialista se
afirmó dentro de la cultura oligárquica, en la que las retóricas positivistas y
cosmopolitas de las oligarquías criollas, sobre los “progresos” en los órdenes
nacionales e internacionales, parecían llegar a su fin, así que nuevas ideas e
imágenes anticolonialistas, “de la barbarie y el salvajismo, con las que la
modernidad colonial y oligárquica devaluaba a los pueblos no occidentales”, [3]
se fueron configurando, entre jóvenes radicales de vocación americanista de la
generación de Julio Antonio Mella y José Carlos
Mariátegui, entre otros. En segundo lugar, los ecos del movimiento de la Reforma
Universitaria, que inició en la ciudad de Córdoba en 1918, pero que llegaría a
Cochabamba hasta 1928, donde sufrió una cruenta represión, sobre éste
movimiento se formó la Federación Universitaria Boliviana, que protagonizó
políticamente en el contexto de la posguerra del Chaco, que es el propio de la
formación de organizaciones campesinas y obreras, imbuidas de cierto
nacionalismo popular revolucionario.
Las condiciones en las que concluyó el
conflicto de la Guerra del Chaco, estimularon el deseo de las fuerzas
opositoras para acabar con “La vieja Bolivia”, sus instituciones y partidos
políticos tradicionales, Ferran Gallego, observa en este periodo una “marea
socializante”, refiriéndose a la formación de nuevos partidos políticos, que
reivindicaran la idea del socialismo, entre éstos está el Partido Obrero Revolucionario,
fundado en 1934, por Aguirre Gainsborg y Tristán Marof, también el Partido de
la Izquierda Revolucionaria, fundado en 1940, por José Antonio Arze, por otro
lado, la Falange Socialista Boliviana. Junto a estos partidos propiamente dichos, la postguerra asistiría al nacimiento de organizaciones de carácter sindical, algunas, corporativo otras, que tendrían
notables índices de afiliación y una gran capacidad de
presión política sobre el ejecutivo. “Fruto directo de la guerra fue, por
ejemplo, la Legión de Ex-Combatientes, a la que se sumarían grupos específicos, como la Asociación de Ex-Prisioneros y la
Asociación Mutilados e Inválidos de Guerra.”[4]
Asimismo surge la unificación de los sindicatos en la Confederación Sindical de
Trabajadores de Bolivia, en noviembre de 1936, que dos años más tarde se
afiliaría a la Confederación de Trabajadores de América Latina y,
posteriormente la consolidación de la
Federación Universitaria Boliviana, cuya IV Convención, celebrada en 1938, la
convertiría en una de las principales plataformas de la izquierda marxista.
Según
Silvia Rivera Cusicanqui, la guerra alimentó la conciencia social y
pro-indigenista de los sectores criollos urbanos, debido al contacto entre
combatientes indios y reclutas mestizo-criollos, de la misma forma, el
movimiento de caciques de las zonas comunitarias del Altiplano y de los Valles,
y el movimiento sindical de los colonos cochabambinos ampliaban su
convocatoria, ganando solidaridad ante sus postulados. Sin embargo, las percepciones
colectivas del indio sobre la nación que le reclamaba su sangre fueron un tanto
ambiguas:
Por
un lado, se sabe que muchos indios “revoltosos” fueron reclutados coactivamente
en una verdadera cacería organizada por los terratenientes y el ejército, a la
manera de las levas que realizaban
los ejércitos caudillistas durante el
siglo XIX. Pero, por otro lado, la convocatoria a la ciudadanía incluía por
primera vez al indio explícitamente. Los indios que volvieron de la guerra tuvieron luego argumentos más
legítimos ante sus ex camaradas criollos para hacer valer sus derechos como
ciudadanos, en especial su derecho como propietarios -comunales o privados- de
la tierra.[5]
En consecuencia, los elementos de ruptura,
tanto política y como social que presenté en esta breve síntesis histórica, se
recuperan en la literatura boliviana de la primera mitad del siglo XX, a través
de sus principales figuras que fueron, según Carlos Piñeiro: el Estado nacional, y las opciones de
construirlo, a partir de lugares comunes para los ciudadanos, por otro
lado, los pueblos indígenas, su valor histórico, cultural y político para
Bolivia, pero también, la exaltación del paisaje andino. En particular, la figura del Estado nacional en Bolivia, a partir de
la derrota de la Guerra del Chaco, es tratada alrededor de una nueva lectura
del orden institucional; en medio de una sociedad semicolonial, como ya vimos,
se evidencia la debilidad del Estado, cuya obligación primordial era preservar
el territorio, posteriormente, la historiografía planeó la tesis de que el
Estado-nacional en Bolivia, correspondía al mercado interno generado en torno
al área capitalista minera.
El pensamiento boliviano en las primeras
décadas del siglo XX, según Piñeiro, se impulsa de una nueva actitud hacia el
pasado y el presente nacionales que son puestos en cuestión, y que originaron
una gama de conceptos. Entra en escena la llamada “Generación del Chaco”, también
heredera de un resquebrajamiento en dos aparatos culturales, por un lado, surge
una prensa no sólo independiente sino comprometida con una visión de los
problemas culturales, y que apelaba a las mayorías nacionales; por otro lado, en la universidad surgen
facciones de intelectuales dispuestas a romper con la funcionalidad del
conocimiento. Las líneas del debate intelectual de las primeras décadas del
siglo XX en Bolivia, son las de la identidad nacional, vale decir que el
pensamiento de estos años, se construye sobre las críticas al Estado nacional
que había fallado en la Guerra del Chaco.
En primer lugar aparece la crítica a la
incapacidad de lograr la integración nacional por medio de la educación. Este
debate lo protagonizan, bajo una tendencia positivista: Daniel Sánchez
Bustamante, y por otro lado, Franz Tamayo con su pedagogía indígena, que
plantea no la escolarización de la población indígena, sino la permisibilidad
de que reconstruyan su propio estilo de vida. La segunda línea de crítica y
debate, es en relación a la incapacidad del Estado nacional de construir un
mercado interno, aquí destaca el antiimperialista Tristán Marof, uno de los
críticos más agudos, de la política y la economía bolivianas, en varios
artículos y ensayos, hablará tempranamente, de la necesidad de nacionalizar las
minas, para administrar la exportación de los minerales. En tercer lugar, asoma
el valor cultural de los pueblos indígenas, que se expresó en la preocupación
de intelectuales progresistas, que intentaron redescubrir al indio, ya que en
Bolivia no triunfó el mito del mestizaje, al contrario, existe una terrible
discriminación por el sujeto mestizo: el cholo, al que se le atribuyen defectos
psico-sociales como resultado de la mezcla de “razas”; como sabemos, la
afirmación racial en Bolivia es un discurso que se justifica fuertemente, y que
encuentra impulso en intereses económicos elitistas, hasta el día de hoy. Sin
embargo, bastante antes que la antropología cultural se estableciera como
disciplina, los pensadores bolivianos comenzaron la exaltación romántica de la cultura
autóctona, por ejemplo, en la ambientación indígena de algunas novelas de
costumbres, aunque muchas veces los personajes cargaran problemáticas ajenas a
lo indio. “El ensayo indigenista boliviano es de una gran riqueza, en la cual
pueden distinguirse una tendencia irracionalista muy fuerte –que está en la
base de la original mística de la tierra- y otra más convencional, que procura
incorporar la problemática indígena a estrategias modernizadoras”.[6]
La producción del indigenismo literario es amplia, lo abordaron: Antonio Díaz
Villamil, Alfredo Guillé Pinto, Saturnino Rodrigo y Luis Toro, en general,
podemos hablar de un tránsito de la poesía indígena y paisajista, hacia la
novela social, de Néstor Taboada Terán o de Alcides Arguedas. En cuarto lugar,
está el tema del mestizaje, a grandes rasgos, según Piñeiro, en Bolivia se
constata una aceptación al sujeto mestizo idealizado, paralela a un rechazo
hacia el sujeto mestizo concreto: el cholo, los autores significativos de este
esfuerzo, de sustentar una historia común con caminos a la integración son: los
pioneros José de Mesa y Teresa Gisbert, quienes sistematizaron las pruebas de
un arte sincrético, también está Roberto Prudencio, fundador y director de la
revista Kollasuyo, Humberto Palza,
Guillermo Francovich y Augusto Céspedes. Finalmente, en estos años, surge una
tendencia a historiar la República, en este punto están los trabajos de Isaac
Tamayo, sobre Melgarejo, y los de Ismael Vásquez, sobre Murillo, asimismo la obra de Carlos
Montenegro, quien revisó la propia construcción de la nación. Hasta ahora
tenemos una imagen, del contexto y las líneas de discusión, coetáneas al ensayo
de Guillermo Francovich que analizaré a continuación.
II
“Tito Yupanqui, escultor
indio” un ensayo de Guillermo Francovich
En
principio, como señala Alberto Paredes, América ha inspirado un género
literario que le es prácticamente contemporáneo: el ensayo.[7]
A partir de 1900, según Medardo Vitier,
se inicia el cultivo sistemático del ensayo en Hispanoamérica; el
crítico cubano considera que el ensayo examina la hispanidad, (en su tradición
colonial) y van gradualmente penetrando en otros problemas. Desde su
“descubrimiento”, su largo período colonial y su obstaculizado proceso
independiente: “América es un Ensayo”, retomando el titulo de un trabajo de Germán
Arciniegas. Así pues, según la marcha histórica y el pensar, a saltos y
urgencias, el ensayo se ha
tomado, como la forma idónea para plasmar la peculiaridad del desarrollo del
trabajo crítico hispanoamericano; al decir de Medardo Vitier, el ensayo representa
en los autores de más relieve, la conciencia de sus respectivos países, al ser
una expresión de madurez en las culturas.[8]
Como es sabido, los pensadores y ensayistas de
Hispanoamérica, han compartido su
quehacer intelectual, profesional y literario, con el periodismo cultural y
político, con cargos públicos, con
actividades revolucionarias, en bastantes casos, y con la docencia; Guillermo
Francovich, en particular, además de ser un gran conocedor e historiador de la
filosofía, fue un diplomático que representó a
Bolivia durante algunos años: en 1930 estuvo en Lima, al año siguiente fue enviado como
secretario ante la Liga
de las Naciones, en 1933 participó igualmente como secretario de la Embajada de
Bolivia en la
Séptima Conferencia Panamericana de Montevideo, y desde 1934 a 1940, desempeñó
cargos en la Embajada de Bolivia en Río de Janeiro.[9]
La aspiración general de los ensayos
hispanoamericanos, es producir un impacto en la sociedad. En ese sentido, según
José de Onís, “el ensayo hispanoamericano es una literatura funcional:
está definido más por el contenido que por la forma, y ese contenido está
comprometido con la interpretación de numerosas realidades de Hispanoamérica”,[10]
dentro de esta tendencia, podemos ubicar, “Tito Yupanqui, escultor indio”, un
ensayo de Guillermo Francovich, el contenido del mismo, teniendo en cuenta el
pensamiento filosófico de Francovich, puede ser calificado como un humanismo
cultural. Introduzcámonos pues al análisis del ensayo.
En
primer lugar, el ensayo comienza con la recapitulación de una crónica de un
fraile chuquisaqueño del siglo XVII, Fray Antonio de la Calancha, en la que se
relata, la historia del indio Tito Yupanqui, creador de la virgen de
Copacabana, en la cual se plantea, que la escultura de Tito Yupanqui, fue
resultado de un milagro divino, a partir de que el indígena pidió la ayuda de
Dios. Con un tono sumamente didáctico,
Guillermo Francovich introduce su opinión sobre el hecho que se describe en la
crónica: “No fue un artista de los de máxima talla, sin duda. Pero tuvo un
ideal y realizó obras bellas. Su escultura aportó expresiones y modalidades
indígenas, un frisson nouveau como
diría un crítico francés, dentro del arte hispánico que se cultivaba en la
Colonia.”[11] A
partir de esta introducción, Francovich anuncia, los temas que se trataran en
cuatro breves apartados: 1) La aparición del artista en Copacabana que entonces
parecía no ofrecer ningún estímulo para el arte, 2) la lucha de Tito Yupanqui
para vencer su propia dificultad de expresión artística, 3) el milagro que, según Calancha, convirtió
el trabajo informe en magnífica obra de arte, y en último lugar 4) la relación
entre la vocación artística del indio y su fervor religioso.
El impulso que predomina en el ensayo, es
el de persuadir al lector, con un tono muy cordial, y muy didáctico de la
opinión de Francovich, sobre una problemática contemporánea: el valor de los
pueblos indígenas en la cultura nacional, en ese sentido, la crónica del siglo
XVII es un recurso que brinda la condición abstracta del ensayo, utilizada de
forma superficial y sin alguna metodología. Sobre este punto, conviene aclarar
que para Francovich, “la cultura es un conjunto de elementos por los cuales un
país manifiesta la conciencia de sí mismo y la razón de su ser. Es un
patrimonio espiritual. Da sentido a la existencia, define los valores y las
ideas de los pueblos.”[12]
En el primer apartado Francovich establece
un puente entre la crónica del siglo XVII y los debates contemporáneos entorno
al significado que tiene el arte en las sociedades. Según Fray Antonio de la
Calancha, fue la voluntad de Dios, que quería poner un santuario católico en
lugar del Templo del Sol en Copacabana, la que permitió tan grande escultura,
en contraste, Francovich opina, que toda vocación artística es algo prodigioso,
por eso Tito Yupanqui fue tan genial como los artistas del Renacimiento
italiano: “El arte, por lo general, se nos figura una expresión de lujo. [...]
Nos asombra que Tito Yupanqui, que de seguro tenía apenas un modesto rancho y
pobres ropas para cubrirse, en esa playa de humildes pescadores que era
Copacabana, diera, como dice Calancha, en ‘querer hacer un bulto a su amada
señora’”.[13] En
opinión de Guillermo Francovich: “El arte es honda necesidad humana. Sus
valores brotan dondequiera que se busque un goce desinteresado y puro. Por eso
no hay pueblo, por muy atrasado que sea, que no lo cultive de algún modo”.[14]
La voluntad critica, disidente, del ensayo Francovich la logra, dignificando
constantemente la historia indígena, en oposición a la crónica de Fray Antonio
de la Calancha: “Los indios no carecían de arte. Por el contrario, tuvieron una
variada actividad estética. Basta recordar sus templos, sus ceremonias, sus
danzas y canciones, sus trajes suntuosos, para convencerse de ello.”[15]
Sin duda, se trata de un ensayo literario,
escrito en prosa, en el que se exponen ideas imbuidas del yo autoral, en ese
sentido, Guillermo Francovich, sostiene que existían elementos autóctonos para
estimular el entusiasmo de Tito Yupanqui por el arte, este argumento se
fortalece con una imagen[16]
del paisaje andino, sugerida de manera simbólica: “Podemos imaginar fácilmente
al pequeña Tito Yupanqui, de ojos oscuros y rasgados, bajo el cielo andino
profundamente azul, con la mirada perdida sobre las aguas del Titicaca, soñando
con creaciones cuyas formas surgían confusamente en su espíritu […] Tal vez en
sus viajes por los caminos del Altiplano sus miradas se posaron en las ruinas
misteriosas del Tiahuanacu.”[17]
En su obra, Francovich apeló a la
importancia del paisaje boliviano, desde una perspectiva spengleriana: “la
tierra, el paisaje, lo telúrico, tiene una especie de espíritu y actúan sobre
el hombre creando formas de vida individuales y sociales, dando nacimiento a tipos
culturales con fisonomía tan propia como los ambientes culturales que los han
producido”.[18] Por
lo demás, en este apartado, Francovich abunda sobre los detalles de la voluntad
artística de Yupanqui, plasmados en su escultura de la virgen de Copacabana: “la
piel trigueña y ojos almendrados, rasgos que tenían las mujeres que él conocía”[19].
Aquí lo más importante es que Francovich, se hace parte de los ensayistas
hispanoamericanos de la primera mitad del siglo XX, que hablaron sobre el
progreso espiritual y moral de sus culturas nacionales, además, intenta
resolver una problemática categóricamente hispanoamericana: la unión de lo
indígena con lo europeo, y aquí aparece, uno de los rasgos característicos del
pensamiento filosófico de Francovich: la suma de los aportes clásicos y del
cristianismo, con los de los pueblos indígenas bolivianos. “Lo que aporta
Francovich es una recuperación depurada de ideas provenientes del telurismo y
del indigenismo, que intentan la afirmación nacional del indio, y otorga a esas
ideas categoría universitaria.”[20]
Por ello considera, a Tito Yupanqui como el precursor del arte nacional: “Tito
Yupanqui tiene que ser considerado el precursor si no el creador del arte
nacional. Nacido en esta tierra, habiendo formado su personalidad artística en
las ciudades altiplánicas llego a producir una obra en que el modelo europeo
encarnaba el espíritu indio.” [21]
El segundo apartado está dedicado al tema
de la inspiración artística. Como ya vimos, el ensayo está construido entre
fragmentos de la crónica del siglo XVII, y la opinión personal de Francovich,
anclada en el contexto histórico contemporáneo, particularmente, en diálogo con
la literatura boliviana de la primera mitad del siglo XX, sobre este
movimiento, pues, se expone la evolución artística de Tito Yupanqui:
Este
combate entre la inspiración y la creación […] es impresionante en la vida de
Tito Yupanqui. Calancha cuenta que el artista modeló primero “un tosco, feo y
desperfeccionado bulto”. […] Humillado, el indio dejó su aldea y se trasladó a
Potosí, que era entonces la ciudad que por su riqueza y por su crecida
población, atraía a todos los artistas que venían a la América del Sur. Allí el
indio visitó iglesias, altares y conventos. […] Parece que fue en Potosí donde
tuvo Tito Yupanqui la definitiva consciencia de su vocación.[22]
En el tercer apartado, el más breve,
Francovich ridiculiza un poco, la fe de Fray Antonio de la Calancha, sobre la
intervención de Dios, en la realización de la escultura, en cambio, Francovich
le da un tratamiento moderno al mismo hecho, y reitera su simpatía con el
aprendiz indígena, al decir de Francovich: “artista apasionado y lleno de
talento, modelo admirable de los hombres de su laya. En realidad la virgen de
Copacabana, como obra de arte, no es más prodigiosa que cualquier obra de arte.
Se produjo con ella el milagro de toda creación artística”. Como se ve, el
tratamiento de Tito Yupanqui, por parte de Guillermo Francovich, abandona el
rigor analítico, por cierta convicción acrítica, lo cual es específico del
género ensayo.
Llegamos al cuarto y último apartado, en
el que Francovich aborda un debate que pertenece a los historiadores y críticos
del arte: “el discutido tema de si el arte tiene una misión aparte de la
belleza”.[23] En
este caso se trata de interpretar a Tito Yupanqui como un devoto subordinado a
la religión, o como un esteta obstinado, bajo este dilema, Francovich sugiere
didácticamente una concepción personal del arte y los artistas:
El
arte esta, como toda autentica actividad del espíritu, plantado en la realidad.
El artista vive la realidad áspera y rigurosa de su época y sobre esa realidad
edifica otra más pura […] El artista al tomar un tema religioso en los tiempos
de fe o un tema político en las épocas de renovación social, no lo hace porque
el arte sea “sirviente” de una u otra forma de la existencia humana. […] la
esencia de su temperamento está en que esos problemas no se colocan para él en
el primer plano sino que más bien se subordinan a sus ideales estéticos […] Así
Tito Yupanqui que hizo la imagen de la virgen de Copacabana a mediados del
siglo XVI, tal vez haría hoy la de un indio trabajador y en sus ojos pondría
una expresión de angustia, Pero en ningún momento estaría dispuesto a dejar,
por amor a la religión o a la política, su grande pasión por la belleza eterna
y luminosa.[24]
En conjunto, el texto es un espacio de
análisis y discusión, otro rasgo característico del ensayo, me parece que es un
ejercicio meticuloso, porque se basa en la lectura de una crónica del siglo
XVII, pero también, este recurso serio, erudito, fortalece el impulso
persuasivo del ensayista. Como ya vimos, intelectuales contemporáneos a
Francovich, después de la Guerra del Chaco, sustentaron la idea del mestizaje,
muchas veces a través del estudio del período colonial y de las crónicas de los
misioneros religiosos, evidentemente, después de una catástrofe
político-social, surgió la necesidad de preguntarle a la historia: ¿qué pasó en
el pasado?, en ese sentido, creo que el ensayo está dirigido al ámbito de la
“ciudad letrada”, es decir, a intelectuales, historiadores, universitarios en general.
Los paradigmas del ensayo son, uno histórico, Tito Yupanqui, en representación
de los pueblos indígenas, que Francovich esboza apoyado de la filosofía de los valores: “indio
ardiente y apasionado”, ejemplo de “lo que el arte significa en la vida de los
hombre, de lo que representa el esfuerzo, la voluntad creadora frente a las
resistencias exteriores”.[25]
También aparece una imagen abstracta, el paisaje andino, retratado de manera
simbólica: el lago Titicaca, los caminos del Altiplano, las ruinas del
Tiahuanacu. La vos de Fray Antonio de la Calancha, se subordina al “yo
ensayístico”.
Conclusión
A
lo largo de esta pequeña investigación pretendí mostrar el contexto boliviano
de la primera mitad del siglo XX, revisando los hechos económicos, políticos
y sociales, que influyeron claramente en
el pensamiento y la literatura del periodo. Partiendo de las consecuencias de
la crisis mundial de 1929, que Bolivia enfrentó con una guerra: la Guerra del
Chaco, observamos los elementos de ruptura social y política con el sistema
oligárquico tradicional, que evidenciaron la debilidad del Estado, y
potenciaron el pensamiento boliviano, que giro entorno a la indagación de la
identidad nacional. Sobre la base de este recorrido, propuse una lectura de un
ensayo de Guillermo Francovich, intitulado “Tito Yupanqui, escultor indio”, mis
herramientas teóricas fueron, principalmente, Alberto Paredes, John Skirius y
Medardo Vitier. Resumidamente, el texto pertenece al género de ensayo literario,
porque se lee de una sola sentada, posee un tono didáctico en la exposición de
su punto de vista, que en este caso se dirige, a través de la figura de Tito
Yupanqui, al valor de los pueblos indígenas para la cultura nacional,
recurriendo implícitamente a la idea de mestizaje, Francovich opina que
Yupanqui es el creador del arte nacional, también examina los conceptos de arte
y artistas de manera flexible, sin alguna metodología, más bien recurre a
puentes básicos entre imágenes y conceptos, como entre el paisaje andino y la
expresión estética. La base de su reflexión es una crónica del siglo XVII, un
recurso erudito que sugiere una opinión meticulosa. Igualmente el ensayo es un
ejemplo típico de sus análogos hispanoamericanos, al referirse a la cultura
nacional y la unión entre lo indígena y lo europeo. Vale decir que el ensayo se
dirige al ámbito académico.
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[3] Ricardo Melgar Bao, “El universo simbólico de una revista
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[4] Ferran Gallego, “La posguerra del Chaco en Bolivia 1935-1939 Crisis
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[5] Silvia Rivera Cusicanqui,
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[6] Ibíd., Pág. 51.
[7] Alberto Paredes, “Pequeño ensayo sobre el ensayo”, pág. 20.
[8] Medardo Vitier, “El ensayo como género”, en Del ensayo americano, en http://www.ensayistas.org/,
consultada el 15, de octubre, de 2009.
[9] José Luis Gómez Martínez, “Guillermo Francovich El hombre y su obra”,
en http//www.ensayistas,org/, consultada el 20, de octubre, de 2009.
[10] John Skirius, Ob. Cit., Pág.
35.
[11] Guillermo Francovich,
“Tito Yupanqui, escultor indio”, en: http//www.ensayistas,org/,
consultada el 15, de octubre, de 2009.
[16] Recordemos que John
Skirius, plantea que el ensayo es un texto flexible, que supone, un puente
entre imágenes y conceptos.
[17] Guillermo Francovich, Ob. Cit.
[18] Carlos Piñeiro, Ob. Cit. Pág.
295.
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