1492:
El problema de América
Rogelio
Laguna
Universidad Nacional Autónoma de México
Facultad de Filosofía y Letras
Colegio de Filosofía
La
raza hispana en general tiene todavía
esa
misión de descubrir nuevas cosas
en
el espíritu ahora que todas las tierras
están
exploradas.
José Vasconcelos
Las cosas no tienen origen, afirmó en
algún momento el pensador alemán Hans Blumenberg[1],
somos nosotros los que buscamos y decidimos cuál es el origen de las cosas,
queremos saber dónde, cómo, cuándo empezaron. Como si al descubrir un cronotopo
de origen pudiéramos al mismo tiempo reconocer la esencia de las cosas, la
explicación de su pasado y el sentido de su devenir. La misma filosofía se ha
dedicado por siglos a pensar según las categorías de causa y efecto, exigiéndole
a todo que se explique con precisión, nada puede suceder sin una (buena) razón
y sin un tiempo y lugar específicos.
Este
anhelo de la filosofía ha llevado sus pasos tan lejos que casi nada ha escapado
a ser fechado y explicado por la razón, el universo mismo tiene una fecha
aproximada de inicio, celebramos nuestros cumpleaños y aniversarios, e incluso los
centenarios y bicentenarios de los países. Lo que nadie se sienta a reparar es
que establecer un origen a las cosas no es tan simple ni tan inocente. Establecer
una fecha de inicio, significa determinar a los seres, diferenciarlos, fijarlos
a un momento histórico y otorgarles un lugar en el funcionamiento de los
sucesos del mundo y de la sociedad humana.
¿Qué
ha pasado en nuestra América, por ejemplo, una vez que casi por voluntad
mayoritaria se decidió ver en 1492 la fecha de su descubrimiento? Esta pregunta
es relevante si tomamos en cuenta que para el pensamiento occidental América no
existía antes del siglo XV y que la colonización y la conquista se llevaron a
cabo bajo un pensamiento que registraba la historia de América únicamente desde
la llegada de los europeos como si lo anterior no fuera relevante o simplemente
fuera omisible.
¿Qué ha pasado con los
pueblos indígenas, las sociedades mestizas y los Estados una vez que se aceptó
la tesis de que América fue descubierta en 1492 y que antes esta tierra no
formaba parte de la historia universal? Además,
¿qué destino, qué condena o salvación trajo consigo dicha fundación temporal?
La situación política
actual en el que la mayoría de los países americanos son explotados y
marginados, controlados desde centros de poder político, social y cultural,
hace necesario reabrir la pregunta por lo que somos, por lo que es esta tierra;
hay que pensar nuevamente lo que nos han dicho de nosotros y cuestionarlo para
encontrar una vía de salida a la “indigencia cultural” a la que parece que estamos
sometidos.
Para lograr dicho
objetivo se hace inevitable preguntar por el origen de América y por las
concepciones teóricas con las que el continente está relacionado desde sus
inicios, porque como afirma Edmundo O’Gorman en La invención de América[2],
reflexionar las bases de lo que nos ha formado trae como consecuencia la toma
de consciencia de nuestra situación histórica y nos permite enfrentar la
perspectiva del futuro, la posibilidad de crear un nuevo destino para todos.
De esta forma, el año
de 1492, fecha en que el pensamiento europeo incluye a nuestro continente en su
historia, obliga a un nuevo acercamiento filosófico, para determinar si dicho inicio hace justicia a la
identidad y la cultura de los pueblos americanos y también para poner a la luz que
haber tomado una fecha particular como punto crucial de la historia de América ha
tenido consecuencias para nuestras naciones, culturas e historias personales
que no se pueden ignorar. ¿Por qué 1492 y no antes o después? ¿Qué
implicaciones ha tenido que América sólo exista para el pensamiento occidental
tras su descubrimiento en el siglo XV?
Lo que bien afirma
Edmundo O’Gorman sobre el problema que nos incumbe es que la clave para
entender la identidad y la historia Americana estriba en explicar
satisfactoriamente la aparición de América en la cultura occidental, pues sólo
así se podrá descubrir “la manera en que se concibe el ser de América y el
sentido que ha de concederse a su historia”, su filosofía, su política, sus
naciones, etc.
Decir, como lo hace la
llamada “historia universal”, que Colón descubrió América, no es más que una
posible interpretación de los hechos. Porque se sabe muy bien que el propósito
de Colón era llegar al extremo oriental de Asia y no imaginaba que a mitad de
camino fuese a encontrar unas tierras desconocidas. El mismo Colón estaba
convencido en sus viajes que había llegado a las Indias y jamás pensó en haber
descubierto un ente geográfico e histórico desconocido, incluso contra toda
evidencia empírica.
Habrá que afirmar con
O’Gorman que no es satisfactorio decir que América fue simplemente descubierta,
porque no era una entidad que precediera a los viajes de Colón y solamente
tuviera que reconocerse, el llamado “nuevo mundo” fue y siempre ha sido un ente
histórico sujeto a las circunstancias de su tiempo que se ha configurado
temporalmente en el pensamiento. Decir que fue “descubierto” es una consideración
de la reflexión europea más que de un descubrimiento físico concreto— que
además fue realizado por casualidad—. En otras palabras, la idea de América no
pudo aparecer en el pensamiento occidental hasta que no se descartó teóricamente,
aun habiendo pruebas empíricas importantes, que las tierras a las que había
arribado Colón no eran parte de Asia, ni unas islas aisladas, sino un
continente que yacía entre Europa y Asia navegando hacia el oeste.
Sin embargo, los
historiadores europea insistieron desde un inicio, como es el caso de Fray
Bartolomé de las Casas, que a pesar del desconocimiento de Colón acerca de su
descubrimiento, llegar a América era un designio divino con el que Dios
premiaba a la corona española por sus servicios a la fe católica y como
recompensa por la pérdida de los territorios protestantes.
Así, el descubrimiento se
había llevado a cabo por un hombre elegido, al que Dios dotó de todas la
cualidades necesarias para dicha tarea. A esto se sumaban las relaciones que no
tardaron en aparecer entre el nuevo continente y el mito de la Atlántida, los
versos proféticos de Séneca, la leyenda del piloto anónimo y hasta la teoría de
las Hespérides de Oviedo, como si el nuevo continente ya hubiera estado en la
imaginería y la intuición europea desde la Grecia clásica. América, sin duda,
aparecía como un regalo para los europeos y Colón había sido el elegido para
abrir el acceso a una regiones desconocidas y repletas de pueblos a los que era
urgente predicar la palabra cristiana y concederles la oportunidad de recibir
los sacramentos antes de que ocurriera el fin del mundo, que la mayoría de los
pensadores consideraba como un hecho inminente.
Lo que vemos
repetidamente es que los historiadores europeos, en particular los españoles, de una o de otra manera buscaban “reclamar” el
descubrimiento americano para Europa, justificar teórica y teológicamente el apropiamiento de
las riquezas, haciendo pasar la llegada al Nuevo Mundo como un suceso de
antemano esperado, determinado por Dios. Sólo así se entiende que la mayoría de
los pensadores omitieran o tomaran como insignificantes las exploraciones
vikingas del siglo XI en América, que hacían ver a los viajes de Colón como un
redescubrimiento y no como un primer encuentro.
Frente a ello lo que O’Gorman
quiere que se recuerde y que quede bien claro que los intentos europeos por
justificar 1492 como la fecha de un descubrimiento no lleva sino al absurdo,
porque América no era algo que existiera verdaderamente en la historia europea,
ni siquiera después de 1492, sino que se tuvo que hacer toda una elaboración
teórica que permitiera aceptar que el descubrimiento de un continente nuevo. Además
de que una vez confirmado el descubrimiento de nuevas tierras, la noción
teórica del nuevo continente implicaba siempre subsumirlo al poder y las
coronas europeas. Pues Europa era vista como una tierra destinada por Dios para
gobernar a las demás partes del mundo y cualquier exceso se justificaba (y se
justifica) en dicha creencia.
Pero el ser de las
cosas, recuerda O’Gorman, no es algo que ellas tengan en sí, sino algo que se
les concede u otorga, y el ser que se le otorgó a América estaba marcada desde
un principio por prácticas de poder vertical y jerárquico, apresada por un
supuesto derecho divino que la hacía susceptible de ser conquistada y gobernada
por los europeos. No es ya de extrañarse porque Enrique Dussel[3]
ve también en 1492 una fecha problemática, una fecha de encubrimiento, porque
los europeos viajaban y descubrían teniendo en mente una imagen del mundo y una
idea a priori del orden del cosmos, que no abandonarían fácilmente y donde
ellos eran los privilegiados. Para Dussel, el descubrimiento de América es el
inicio de modernidad, aquel reinado de la razón que quiere adueñarse de todo,
conseguir y gobernar todo. 1492 aparece para la historia de los pueblos
americanos como una fecha de encubrimiento más que de descubrimiento.
“El mal que está en la
raíz de todo el proceso histórico de la idea del descubrimiento de América,
consiste en que se ha supuesto que ese trozo de materia cósmica que ahora
conocemos como el continente americano ha sido eso desde siempre, cuando en
realidad no lo ha sido sino a partir del momento en que se le concedió [esa] significación”.[4]
Las tierras americanas y
todas las culturas que habitaban en ellas no eran sino una oportunidad de
redención y de riqueza para los países europeos, que no dudaron en hacer uso de
la fuerza armada para conseguir sus objetivos, incluso si ello significaba la
desaparición de las poblaciones indígenas, la explotación indiscriminada de los
recursos naturales y la división en castas de la población.
En palabras del célebre
escritor latinoamericano Eduardo Galeano:
Es América Latina, la
región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días, todo
se ha trasmutado siempre en capital europeo o, más tarde, norteamericano, y
como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la
tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su
capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos
humanos. El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido
sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporación al engranaje
universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una función, siempre
en beneficio del desarrollo de la metrópoli extranjera de turno, y se ha hecho
infinita la cadena de las dependencias sucesivas, que tiene mucho más de dos
eslabones, y que por cierto también comprende, dentro de América Latina, la
opresión de los países pequeños por sus vecinos mayores y, fronteras adentro de
cada país, la explotación que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre
sus fuentes internas de víveres y mano de obra.[5]
La pregunta que sigue
aquí es qué pasaría si dejamos de ver en 1492 una fecha de descubrimiento
glorioso y luminoso. Tal vez veríamos que “todos esos hechos que ahora
conocemos como la exploración, la conquista y la colonización de América: el
establecimiento de regímenes coloniales en toda la diversidad y complejidad de
sus estructuras y de sus manifestaciones; la paulatina formación de las
nacionalidades; los movimientos en pro de la independencia política y de la
autonomía económica; en una palabra, la gran suma de la total de la historia
americana, latina y sajona”[6]
se reviste de una nueva significación, pues América aparece más bien como el
continente que históricamente ha buscado liberarse, encontrar su propio espacio
y tiempo para mostrar su verdadero ser que se resiste a ser encubierto por
completo.
Alejándonos, al menos
en el pensamiento, de la fecha de 1492, veríamos la posibilidad de buscar un
nuevo origen a la historia de nuestro continente que no venga marcado por las prácticas
colonialistas y opresoras, una nueva historia que comience en las culturas
ancestrales y no en la irrupción europea. Porque América no está cerrada y su
historia no está tampoco terminada, nuestro continente no es lo pasado, sino lo
que sigue siendo. Es momento de que la reflexión americana reconozca de una vez
una visión dinámica y viva de lo que acontece en los diferentes pueblos
americanos, que si bien ya herederos de la lengua y de las tradiciones
europeas, aun ricos en manifestaciones propias y con la capacidad de
autodeterminarse y liberarse. En palabras
de O’Gorman, debemos buscar en América, un
nuevo concepto que aprehenda de un modo más adecuado la realidad de los
hechos, la realidad de nuestros pueblo. Y ese concepto, es el de una América
inventada, no fija, que seguimos construyendo todos los días y no la vieja
concepción de una América descubierta, esclavizada y conquistada por la
intolerancia.
Esa visión sin duda se
relaciona con el proyecto de otro de nuestros pensadores: José Vasconcelos, quien también buscaba la fundación de una
nueva América no sujeta al eurocentrismo ni a la opresión. En el memorable lema
de la Universidad Nacional Autónoma de México: Por mi raza hablará el espíritu propuesto en 1920 por José
Vasconcelos se revela el pensamiento y
la vocación social de su proyecto. En dicho lema, en palabras del pensador, se "significa la convicción de que
la raza nuestra elaborará una cultura de tendencias nuevas, de esencia
espiritual y libérrima, pretendiendo significar que despertábamos de una larga
noche de opresión".[7]
Vasconcelos crítica que los pueblos latinoamericanos
lejos de sentirnos unidos frente a nuestro desastre de identidad y para superar
la confusión de valores y conceptos que nos trajo la colonización, nos
dispersemos en pequeños y vanos fines, y en voluntades separadas.
“Nos
negamos los unos a los otros. La derrota nos ha envilecido a tal punto, que,
sin darnos cuenta servimos a los fines de la política enemiga (…). No sólo nos
derrotaron en el combate, ideológicamente también nos siguen venciendo”. [8]
La
misma filosofía eurocéntrica, piensa Vasconcelos, nos ha llevado a creer en la
inferioridad del mestizo, en la irredención del indio, en la condenación del
negro, en la decadencia de los orientales. Esto es a causa de que las
revoluciones armadas, no se han seguido de una revolución del pensamiento. Porque
lo esencial, lo que requiere nuestra América para desplegar su propio ser es la
revolución de las conciencias.
Hay
cierta fatalidad en el destino de los pueblos lo mismo que en el destino de los
individuos; pero ahora que se inicia una nueva fase en la Historia , se hace
necesario reconstituir nuestra ideología y organizar conforme a una nueva
doctrina étnica toda nuestra vida continental. Comencemos entonces haciendo
vida propia y ciencia propia. Si no se liberta primero el espíritu, jamás
lograremos redimir la materia.[9]
En
palabras de Eduardo Galeano, lo que ahora tenemos prohibido los americanos es
cruzarnos de brazos, la injusticia y la pobreza de nuestros pueblos no son un
designio divino como lo pensaban los colonizadores, ni están escritos en los
astros.
América
es el lugar en donde corren los deseos y
los años de revolución, tiempo de redención de nuestra conciencia y de nuestro
fracaso histórico por liberarnos.
[1] Hans Blumenberg, La risa de la muchacha tracia. Una
protohistoria de la teoría, Pre
Textos, Valencia, 2006.
[2] Edmundo O`Gorman, La invención de América, Fondo de
Cultura Económica, México, 2003.
[3] Enrique Dussel, 1492:
El encubrimiento del Otro. Hacia el origen del “mito de la Modernidad”, Nueva Utopía, Madrid,1992.
[4] Edmundo O`Gorman, op.cit., p.49
[6] Edmundo O`Gorman, op.cit, p.53
[7] Citado en http://es.wikipedia.org/wiki/UNAM
[8] José Vasconcelos, La raza cósmica, Porrúa, México, 1995.
[9] Ibid. p.30
No hay comentarios:
Publicar un comentario