Hijos
de desaparecidos, entre la historia y la memoria: El caso argentino.
Nayeli Fabiola Moctezuma Moreno
8° semestre
Colegio de Estudios
Latinoamericanos
Facultad de Filosofía
Ciudad Universitaria, México
2010
ABSTRACT:
Hace
décadas se comenzaba a discutir sobre las causas de la violencia estatal a
manos de las fuerzas armadas, focalizada hacia la disidencia política durante
las dictaduras en ciertos países de América Latina, hoy ya se han logrado
investigar casos específicos.
La
apropiación de niños durante la dictadura militar, fue tan precisa como la
desaparición forzada y las múltiples formas represión. En particular la
apropiación de menores fue posible a través de un plan sistemático de secuestro
y robo puesto en marcha por múltiples procedimientos ilegales. Tales
apropiaciones comenzaron con el secuestro de los niños junto a sus padres y
posteriormente con el secuestro y desaparición de mujeres embarazadas que
dieron a luz en centros clandestinos de detención.
La apropiación de
menores ocurrida durante la dictadura, ha pasado por una línea de olvido
durante décadas; en la que es posible rastrear –en el proceso que va del
término de cada dictadura hasta nuestros días– una tensión básica y de mediana
duración entre la memoria sobre los crímenes y la institucionalización del
olvido en nombre de la estabilidad “democrática”, una tensión que
paulatinamente fue conocida como uno de los rasgos principales y más
conflictivos del proceso democratizador.
Hijos de desaparecidos, entre la
historia y la memoria: El caso de argentino.
¿estás vivo?/¿estás muerto?/¿hijo?
¿vivimoris otra vez/ otro día/como
moriviviste estos tres años
en un campo de concentración?/¿qué
hicieron de vos/ hijo/ dulce calor que alguna vez
niñaba al mundo/ padre de mi ternura/ hijo
que no acabó de vivir?/¿acabó de morir?
¿vivimoris otra vez/ otro día/como
moriviviste estos tres años
en un campo de concentración?/¿qué
hicieron de vos/ hijo/ dulce calor que alguna vez
niñaba al mundo/ padre de mi ternura/ hijo
que no acabó de vivir?/¿acabó de morir?
Juan Gelman
Esta parte de la historia se escribe por lealtad
a un fantasma.
Juan Carlos Onetti
"La identidad para mí es algo
que está en permanente construcción, no es una pastillita que un día la tomás y
ya está, sabés quién sos. Lo que se recupera es la identidad biológica y, con
un poquito de suerte y ayuda de la gente que te quiere y que quería a tus
viejos, te acercás a ellos. Conocer la verdad acerca de los orígenes es
indispensable para que la construcción de tu propia identidad sea aquella que
te acerque a lo mejor de vos mismo…"
Nieta Restituida Victoria Donda Pérez
Preferí iniciar esta intervención con las palabras de
Victoria Donda Pérez[1], dada su
precisión para puntualizar el eje conductor del siguiente texto: El derecho a
la identidad y el vacío de la apropiación de menores durante la última
dictadura Argentina. Vacío que además
de situarse en el trauma inicial, que en la historia del psicoanálisis se
metaforizó como “trauma del nacimiento”, que imposibilita la inequívoca
codificación del lazo social, se hace presente también en el trauma como
acontecimiento, en las contingencias de una vida; cuando irrumpe en las
representaciones simbólicas que sostenían hasta ese momento a un sujeto,
provocándole la angustia más generalizada. En estos casos el trauma individual
y social, responde a la tragedia de la dictadura militar en Argentina, la
desaparición, asesinato de los padres y
la expropiación de los hijos, cortando con su identidad social y su historia de
origen.
La
madrugada del 24 de marzo de 1976, el gobierno constitucional de María Estela
Martínez de Perón, fue revocado por un golpe de estado, instaurándose una
dictadura violenta por parte del General Jorge Rafael Videla.
El
propósito de los golpistas era fundar una nueva legalidad, una nueva escala de
valores y de normas sociales que redujera el exterminio del disidente político
a la categoría de procedimiento político rutinario, como método fundamental de
ejercicio del poder en un nuevo orden que sustituyera la discusión y la crítica
abierta de lo político y lo social por la obediencia ciega, en una nueva
pirámide de rígidas jerarquías coronadas por una elite integrada por los
comandantes golpistas y sus socios civiles.
Desde 1976 y hasta la
caída en 1986 el
terrorismo de estado implicó una planificación precisa, del proyecto de
“reorganización social”, que consistía en detener todo tipo de subversión en
contra del estado.
Para
llevar a cabo la detención de personas, se asignaban “grupos de tarea”[2] , de los cuales algunos se
encargaban de hacer la selección de los sospechosos; después de esta selección,
se asignaban operativos para conseguir la detención. La mayoría de las detenciones
hechas seguían un mismo modo de operar,
se hacia la detención de noche, en el domicilio, lugar de trabajo y algunos en
la misma calle. Siempre y cuando fuera el mejor lugar para conseguir el
secuestro, y así trasladarlo de inmediato hacia algún centro clandestino de
detención. Se confeccionaba un registro, donde se consignaba y evaluaba la
información obtenida del preso.
Posteriormente comenzaban los interrogatorios que implicaban un largo
periodo de torturas físicas y psicológicas,
que en algunos casos incluían continuas vejaciones y violaciones.
Finalmente
después de este suplicio, que podía durar semanas, meses o años, el prisionero
cesaba o era “transferido”, esto implicando,
su ejecución. Para después seguir a la desaparición del cuerpo[3].
En
algunos contados casos, el detenido era “blanqueado”, esto significaba que su
situación dejaba de ser clandestina e ilegal y se oficializaba, pasando a estar en manos
del Poder Ejecutivo Nacional, pero en estado de excepción[4]. Ser colocado a
disposición significo, en algunas ocasiones, permanecer con vida, ya que de de
esta manera se hacía explicito el registro de la detención.
Otro
de los finales posibles, que se dio en un porcentaje casi insignificante,
consistía en la liberación del detenido, que en ocasiones emprendía el camino
del exilio. Se registraron algunos casos, en que el liberado colaboraba con las
fuerzas represivas, en operaciones de inteligencia u otras actividades. Pero
más allá de estas opciones, una vez detenido era casi imposible tener la
oportunidad de sobrevivir.
La
desaparición de personas, fue un practica masiva que alcanzo parcialmente todos
los sectores de la sociedad. Durante el operativo o secuestro, se incluía la
sustracción de algunos menores o apropiación de recién nacidos de las detenidas
embarazadas.
Desaparición de Niños
En
Argentina uno de los modos de la violencia represiva, fue la “desaparición” de
niños y de bebés nacidos en cautiverio y apropiados por personas en su mayoría
ligadas al poder militar.
La
apropiación fue tan precisa que llevo a denunciar todo un plan sistemático de
secuestro, robo y apropiación de niños puesto en marcha a través de múltiples
procedimientos ilegales. Tales apropiaciones se hacían con el secuestro de los
niños junto a sus padres y posteriormente con la detención y desaparición de
mujeres embarazadas que dieron a luz en centros clandestinos.
La
apropiación de niños, tenía como fundamento su “bienestar”, el cual según el
estado sus familias nucleares no tenían la capacidad para criarlos de una forma
segura. Distintos individuos investidos por la autoridad fueron facultados para representar y decidir
sobre el destino de los niños y jóvenes,
que se encontraran en una “situación de abandono o peligro moral y/o material”.
Una vez
que estos individuos asumían la tutela, estaban facultados para separar a los
niños de sus familias[5], recluirlos en algún
instituto para lograr su reintegración social, para finalmente darlos en
adopción a familias con “buenas intenciones” que se encargaran de su crianza y educación,
y de esta forma, sancionar a estos padres que por diversos motivos[6] habían “abandonado” a sus
niños[7].
El
“abandono”, se utilizo como una categoría para justificar la sustracción de
niños. Los casos denunciados y
documentados son 450. Según datos de Abuelas de Plaza de Mayo son 101 los
ubicados: restituidos 69, muertos 9, en trámite judicial 8 y en convivencia con
la familia de crianza 14, se presupone que el número de niños apropiados es
alrededor de 500, ya que muchos casos no se denunciaron.
La
maternidad clandestina fue uno de los procesos más crueles durante la
dictadura, consistía en proporcionarle a la prisionera un parto con “asistencia
medica” haciéndole creer que el bebé se entregaría a su familia. Existen
testimonios de varias enfermeras que trabajaron en la maternidad clandestina
del Hospital Militar de Campo de Mayo, donde argumentan que la maternidad
funcionaba en las salas de epidemiología donde internaban a las prisioneras a
punto de dar a luz. La mayoría de ellas permanecía con los ojos vendados y, en
algunos casos, con las manos atadas.
Todas las enfermeras que dieron testimonio se cuidaron bien de aclarar
que no podrían identificar a las mujeres y que nunca hablaron con ellas.
Posiblemente, temían también por sus vidas porque existen casos de desaparición
de personal de guarniciones militares que en algún momento prestaron ayuda a
los prisioneros. Las enfermeras relatan también que la mayoría de las veces las
madres no veían al bebé y que se les aplicaban inyecciones para cortar la leche
materna.
Rosalinda Salguero, una enfermera ya jubilada, declaró a la revista
"Tres Puntos" que se publica en Buenos Aires, que en una oportunidad
una de las madres pudo tener a su bebé en los brazos por breves instantes. La
escuchó decir "Pensar, hijo mío, que no te voy a ver nunca más".
Cuando regresó a su lugar de trabajo al día siguiente, la joven ya no estaba.
Pilar Calveiro
señala en el libro Poder y Desaparición[8] casos sobre maternidad clandestina:
“A partir de cierto momento estas prisioneras
pasaban a ocupar un cuarto con camas, una mesa con sillas, ropa, y podían
permanecer allí con los ojos descubiertos y hablar. Días antes del
alumbramiento, los marinos le hacían llegar a la madre un ajuar completo, a
veces muy hermoso, para su bebé. El parto se atendía con un medico y respetando
ciertos requerimientos de asepsia, anestesia y cuidados generales. La madre le
ponía nombre a su hijo y daban indicaciones para que lo entregaran a la
familia. Este trato dificultaba la comprensión del destino final de madre e
hijo. Las atenciones hacían presuponer que ambos vivirían o que, cuando menos,
el bebé seria respetado. La realidad era muy otra: la madre solía ser ejecutada
pocos días después del alumbramiento y el bebé se enviaba a un orfanato, se daba
en adopción o, eventualmente, se entregaba a la familia. Quedaba así limpia la
conciencia de los desaparecedores: mataban a quien debían matar; preservaban la otra vida, le evitaban un hogar
subversivo y se desentendían de su responsabilidad.”[9]
La restitución
Hablar de restitución de la Identidad
Biológica, es hablar de la recuperación de la historia familiar e individual. El derecho a la identidad está ligada
necesariamente a la memoria, a la verdad y a la libertad, se relaciona finalmente a otra noción básica,
que es la de justicia. No solamente en tanto la necesidad de tener nuestra
propia identidad, sino en cuanto a la justicia como instrumento para el
restablecimiento del orden violado: La sanción de los culpables y la reparación
a las víctimas.
Toda la explicación
anterior, me hace cuestionar lo siguiente: ¿Qué pasa con los niños apropiados
que no han sido restituidos a sus familias? ¿Por qué hemos dejado a un lado el
tema de la restitución de menores, cuando fue una tortura que nos afecto a todos?
¿Debemos recuperar la memoria de estas apropiaciones?
El
13 de diciembre de 1983, después de la caída de la dictadura y el régimen
represivo de Jorge Rafael Videla, comenzó el primer día hábil de la democracia.
Un grupo de mujeres mayores acompañadas de dos abogados, acudieron al edificio
de Tribunales para pedir la restitución a su familia de una niña desaparecida y
localizada. A partir de este primer gran paso, se abrió una batalla judicial
que continua hasta el día de hoy.
Para
1983 la desaparición de personas y la sustracción de niños, era un tema nuevo
para la justicia argentina. No figuraba en la jurisprudencia condena alguna por
la infracción del artículo 146 del Código Penal que establece la pena de
reclusión o prisión de tres a diez años “a
quien sustrajere a un menor de 10 años al poder de sus padres, tutor o persona
encargada de él, y el que lo retuviere u ocultare”[10].
La restitución de niños secuestrados debe ser situada en el terreno de
las garantías y derechos universales de la infancia: el derecho a la vida
digna, a no ser despojados de su origen familiar, a conocer la verdad su propia
historia, a crecer junto a los suyos. En este sentido, se ha hecho un aporte
importante a la comunidad internacional al lograr que se incorporara el
«derecho a la propia identidad» en la Declaración Internacional de los Derechos
del Niño (ONU).
Es necesario destacar que la restitución de niños apropiados trasciende,
como respuesta, el marco de la justicia individual, reparatoria del vejamen
sufrido por estos niños y sus familias. La restitución es una impostergable
respuesta colectiva para reconstruir el tejido social deshecho durante la
dictadura, con las múltiples fragmentaciones de la sociedad: los desaparecidos,
los exiliados, los asesinados y los represores.
Entre la historia y la memoria
Hablar
de Historia y Memoria es encontrar que son dos campos de relación con el pasado
necesarios para conocimiento y rememoración de los crímenes de lesa humanidad.
La apropiación de niños es igual de importante que los desaparecidos o los
exiliados. Estos niños que crecieron fuera de su historia y política merecen
saber su verdadera identidad. Este derecho que emana de una necesidad básica
del hombre, que es aquella de tener un nombre, una historia y una lengua. La
lengua es esa voz de la familia que al transmitirse nos humaniza como sujetos y
nos da un lugar en un linaje.
Estos niños fueron inscritos con un falso nombre
que oculta el verdadero, y que aunque el aparato jurídico haya estado al
servicio de la dictadora para imponer una falsa identidad que intentó arrasar
con la historia, ello –ciertamente– no ha logrado garantizar el olvido.
La recuperación de la memoria de estos sucesos, es necesaria para como
dice Walter Benjamin en Las tesis sobre
la historia[11]
hacer justicia recordando a los muertos. De la misma forma Todorov
en el libro Memorias del mal, tentaciones
del bien hace referencia a este
recordar a los muertos:
“Los
muertos demandan a los vivos: recordadlo todo y contadlo; no solamente para
combatir los campos sino también para que nuestra vida, al dejar de sí una
huella, conserve su sentido”[12].
Darle voz a los muertos, recordarlos y
recordar los sucesos violentos; es en
todas las dimensiones impedir el intento por borrar la memoria. Partiendo de este precepto, recuperar
la memoria de los hijos de los desaparecidos es devolverles lo que durante años
les fue arrebatado, su identidad histórica no solo familiar, sino la historia
de un proceso violento que atravesó un país.
Pero ¿Cómo mantener viva esa memoria? Esta
pregunta que se ha formulado una y otra vez, desde distintos lugares, pregunta
que es quizá más positiva que tratar de encontrar respuestas agradables. La
discusión, el debate, podría ser una de las formas. Las acciones reunidas de
diversos sectores, las múltiples iniciativas que puedan desplegarse desde la
escuela, la universidad, los organismos, las organizaciones sociales. Cada una
de estas puede ser la primera puerta para mantenerla viva.
Reconstruir la memoria, es una manera de
responsabilizarnos del porvenir; recordamos porque el ejercicio de la memoria
respecto del trauma histórico vivido es necesario para que un futuro, otro, sea
posible. Es necesario porque lo
peor siempre es posible[13] y porque, como nombra Edagar Morin en su Breve historia de la barbarie en Occidente[14], pensar la barbarie ya es una manera de resistirse
a ella.
Julio Cortázar cerro un Coloquio en 1981 en
París titulado Negación del olvido, quisiera
retomar, para concluir, algunas de sus palabras que hacen referencia a las
memoria de las desapariciones en Argentina y otros países de Latinoamérica:
“Hay que mantener en un
obstinado presente, con toda su sangre y su ignominia, algo que ya se está
queriendo hacer entrar en el cómodo país del olvido; hay que seguir
considerando como vivos a los que acaso ya no lo están pero que tenemos la
obligación de reclamar, uno por uno, hasta que la respuesta muestre finalmente
la verdad que hoy se pretende escamotear.”[15]
Bibliografía:
Balderston, Daniel y Guy, Donna. Sexo y sexualidad en América Latina, Paidós,
Buenos Aires., 1998.
Bolívar, Echeverría. (comp.) La mirada del ángel: en torno a las Tesis
sobre la Historia de Walter Benjamin, UNAM / Era., México, 2005.
Calveiro,
Pilar. Poder y desaparición. Los campos
de concentración en Argentina, Colihue, Buenos Aires., 1999.
Crespo, Horacio. Argentina 1976. Estudios en torno al golpe de Estado, FCE, Buenos Aires.,
1999.
Dutrenit,
Silvia.
Diversidad partidaria y dictaduras Argentina, Brasil y
Uruguay, Instituto de
Investigaciones Dr. Jose Maria Luis Mora, México., 1996.
Freud, Sigmund. “El malestar en la cultura” en O. C. Ed.
Biblioteca Nueva.
Madrid., 1973.
Herrera,
Matilde y Tenembaum, Ernesto. Identidad, despojo y restitución. Ed.
Abuelas de Plaza de Mayo. Buenos Aires., 2001
Mignone, Emilio y Conte, Mac Donnell, A. Estrategia represiva de la dictadura militar.
La doctrina del paralelismo global. Ed. Colihue. Bs. As., 2006.
Morin, Edgar. Breve historia de la barbarie en Occidente. Ed. Paidós. Bs. As.,
2006.
Todorov, Tzvetan. Memorias del Mal,
Tentaciones del Bien. Península., Barcelona, 2002.
[1]
Victoria nació en la ESMA, durante el cautiverio de su madre -María Hilda
Pérez- y fue apropiada por su tío -Adolfo Donda, represor de la ESMA- quien la
entregó a otro militar. El papá de Victoria, José María Laureano Donda, había
sido secuestrado meses antes. Victoria tenía dudas y se acercó a HIJOS y
Abuelas para investigar sobre su origen. Después de varios meses, se decidió a
realizar el examen inmunogenético y confirmó que pertenecía al grupo familiar
Donda-Pérez en un porcentaje de 99,9 por ciento. Es decir, es hija de María
Hilda Pérez y de José María Laureano Donda.
[2]
Estaban constituidos generalmente por oficiales y suboficiales, policías y
también civiles.
[3]
Estas desapariciones de cuerpos, les correspondían a los más altos rangos de
entre los oficiales que se encontraban al frente de esta operación represiva.
[4] El concepto de estado de excepción
se basa en el supuesto de que, en algunas situaciones de emergencia política,
militar o económica, el régimen de limitación y equilibrio de poderes, propio
de las reglas de juego constitucionales, tenga que dejar vía libre a un poder
ejecutivo más fuerte, e incluso al ejército. Durante el cual
se suspende el libre ejercicio de algunos derechos por parte de los ciudadanos.
El control del orden interno pasa a ser controlado por las Fuerzas Armadas.
[5]
Cuando estas familias ya habían sido clasificadas como nocivas e inmorales.
[6]
Casi nunca atendibles por las autoridades administrativas o judiciales.
[7]
Para un análisis de casos de reclamo de menores por sus madres, ver Guy, D.,
“Madres vivas y muertas, los múltiples conceptos de la maternidad en Buenos
Aires” en Balderston, D., y Guy, D., (comp.). Sexo y sexualidad en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 1998.
[8]
Pilar Calveiro. Poder y desaparición. Los
campos de concentración en Argentina. Colihue, Buenos Aires, 1999.
[9]
Op. cit., pág. 82.
[11]Echeverría,
Bolívar. (comp.) La mirada del ángel: en
torno a las Tesis sobre la Historia de Walter Benjamin, UNAM / Era.,
México, 2005.
[12]
Tzvetan, Todorov. Memorias del Mal, Tentaciones
del Bien, Península., Barcelona,
2002. Pág.103.
[13] Sigmund,
Freud. “El malestar en la cultura” en O. C. Ed.
Biblioteca Nueva. Madrid, 1973. Pág. 109.
[15]Emilio, Mignone y Mac Donnell , Conte. Estrategia
represiva de la dictadura militar. La doctrina del paralelismo global. Ed.
Colihue. Bs. As., 2006. Pág.88.
No hay comentarios:
Publicar un comentario