“Palacio Nacional. La
obra cumbre de Diego Rivera en su visión de identidad sobre la formación de la
nación. ”
En
el contexto de la Revolución mexicana,
identidad es posiblemente una ficción, excepto si se hace de la nación, en cuyo caso nos
encontramos con que toda la vida política de la modernidad descansa en una
ficción de pertenencia. Para que esta ficción de pertenencia sea operativa
políticamente, la nación debe construirse antes que en el imaginario colectivo.
Así
los Estados modernos del siglo XX tenían que convencer a sus ciudadanos de que
no eran hijos de un monarca, sino hermanos de una misma nación. Una nación es
una cuestión de imágenes mentales que forman parte de nuestra historia y
nuestra cultura, no de la política, pero
que la política misma ocupa como una forma de control y acceso al poder. Para
dicho caso la pintura es especialmente útil por el peso que tienen las imágenes
para formar parte de una ideología colectiva, controlada desde sus orígenes por
el Estado.
La
Revolución Mexicana no sólo provocó profundos cambios políticos al derrocar a
la dictadura de Porfirio Díaz, sino que también hizo posible la transformación
de la sociedad mexicana. Las manifestaciones de este cambio se pueden observar
prácticamente en todos los aspectos artísticos.
Una
vez terminada la lucha armada fue inmediata la reconstrucción del país. En 1920,
con José Vasconcelos en la Secretaria de
Educación Pública, se consideró que la educación era el medio mas adecuado y
eficaz para pacificar al pueblo que salía de un periodo de violencia; al ser la
mayoría del pueblo analfabeta, Vasconcelos encontró en el arte una serie de
cualidades que lo hacen un medio adecuado para educar al pueblo.
El
movimiento del muralismo abarcó prácticamente medio siglo, de 1920 a 1970, pues
fue la expresión artística y política que puso al arte y a la cultura al
servicio de la sociedad y del gobierno revolucionario. Los principales
representantes de esta corriente pictórica utilizaron los muros de los
diferentes edificios públicos para plasmar los ideales de identidad y nación,
en busca de un elemento para unir a la sociedad, de ahí que en los murales se
muestra que todos los mexicanos, sin excepción, tenemos un pasado indígena,
compartimos una misma historia y cultura como elemento constitutivo de nuestra
nación. Pérez Vejo comenta al respecto:
“A todo nacionalismo le
resulta difícil aceptar la idea de que a las naciones las construyeron los Estados,
y no viceversa… el objetivo historiográfico ha sido la construcción de relatos
mítico-poéticos y teológico en la que las Independencias son imaginadas como
guerras de liberación nacional.”[1]
La
identidad es un problema colectivo que se da por la decepción causada por los grandes
acontecimientos. De aquí que se den las naciones y los movimientos nacionales,
movimientos que están compuestos por muchos estereotipos psicológicos y
sociales, héroes, paisajes, panoramas históricos y humores varios. De acuerdo a
las diferentes definiciones de nación que se han dado en la historia, Eric Hobsbawm
dice:
“Han sido frecuentes los intentos de
determinar criterios objetivos de nacionalidad, explicar que ciertos grupos se
han convertido en naciones y otros no, basándose en criterios únicos como la
lengua o la etnicidad, o en combinación de los criterios como la lengua, el
territorio común, la historia común, rasgos culturales o lo que fuera en común”[2]
Diego
Rivera desempeñó un papel destacado en ésta época decisiva, que lo convirtió en
un artista plástico controvertid que “se
sirvió de innumerables pinturas, grabados y dibujos para expresar sus ideas
sobre la historia la sociedad la política y la cultura, sus pinturas solían
derivar en discursos y sus palabras en imágenes y descripciones de gran
plasticidad y eficacia…”.[3]
Dentro
de esta nueva visión de la vida mexicana, Rivera colocó al indio como tema
primordial y reivindicativo de este. En conclusión se pensaría que los
indígenas pasaron a ocupar grandes espacios en las composiciones pues “…el indio ya no es un motivo simplemente decorativo,
sino la figura central, fijado en las actitudes del trabajo cotidiano.”[4]
Fue un momento en el que se exaltó
el nacionalismo, no en sentido político, sino más bien espiritual y cultural.
El uso de la pintura mural indica que la intención del artista es dar a su obra
un destino público, que quedara expuesta a la vista de todo el mundo.
Nos
ubicaremos justo en los murales de Palacio Nacional, en donde la obra de Rivera
es una expresión de la vida del pueblo mexicano, tanto en la historia como en
la realidad presente, captando en sus cuadros aquellos momentos esenciales que
pueden revelar cómo vive, cómo padece, cómo trabaja, cómo lucha, se divierte y
cómo muere el mexicano. En la estética
Diego parte del supuesto que el arte debe ser la expresión de un contenido
ideológico, determinado por las condiciones sociales del momento en que vive el
artista. Todavía en México, por la agitación revolucionaria, el ambiente era
propicio para aceptar las ideas rusas, de las que él era partidario.
Una
historia nacional puede contarse de manera lineal, como tradicionalmente
se enseña en la escuela, mediante el
paso del mundo indígena prehispánico, la conquista española, la colonia, la
Independencia, la Reforma y la Revolución. “La
realidad presente y pasada fue concebida por el como una epopeya continua que
debía mostrarse dialécticamente, sin dejar de recurrir a símbolos de fácil
asimilación.”[5]
Así
es como Rivera nos cuenta la historia en el cubo de la escalera de Palacio Nacional,
que posee una estructura piramidal que va ascendiendo los peldaños del
accidente histórico, para culminar en la cúspide rectora, la cima de la
pirámide, el sitio del verdadero poder, que es el de la promesa, la fuerza y la
esperanza. Más que un pintor, aquí es un narrador, nos presenta un desarrollo
dialectico de etapa en etapa, allí están los protagonistas de la historia, como
historia de los grandes hombres, ya no es un retrato feliz sino una lucha entre
el bien y el mal.
El
artista represento un mundo sobrio, que la burguesía mexicana había decidido
considerar como inexistente, a fin de conservar la tranquilidad y el optimismo
acerca del progreso del país. Se le reprochaba no haber buscado asuntos más
risueños de nuestra realidad. Para muchos era una ofensa a México, pues
consideraban que sólo pintaba el lado malo, la vida del pueblo, la del
campesino indígena, es decir la parte más atrasada y primitiva del país.
Para
Rivera la concepción del arte por el arte es un disfraz, así que era cuestión
de poner sus ideas en uso para cambiar el mundo a su alrededor desarrollando un
sentido del nosotros en contra del ellos. La nación se convierte en algo
deseado desde el principio del proceso hasta antes de una visión que se delinea
lentamente.
Rivera
nos propone una lectura de su mural de derecha a izquierda, que va muy ligado a
su visión política. El muro norte representado como el remoto punto de partida
de la nación mexicana, al que él llamo “El México Antiguo” donde nos llena de
brillantes colores, y nos ubica en un paisaje que nos remite al valle de
México, te interna en una armonía visual, se conjuga el imaginario mítico y la
historia desde la perspectiva social, esta dividido en dos ejes, el personaje
principal es el legendario Quetzalcóatl, de barba y piel blanca, justo de bajo
de un sol invertido, que se interpreta como el presagio de la destrucción del
mundo indígena.
Muestra
la armonía en el desarrollo de las actividades artísticas, la danza, la
escultura, la música, la industria textil y la agricultura. En la parte
superior del mural, se aprecia el viaje de partida de Quetzalcóatl. Rivera no
nos muestra un momento preciso de la historia pero nos introduce en un momento
posclásico, en la víspera de la llegada de los españoles, alude a la
civilización mexica y a la idea de que el valle de México era el punto focal de
la fundación histórica y cultura de México que integra a las concepciones
nacionalistas.
“ el mural tiene
dos momentos; uno donde Quetzalcóatl, profeta de una especie de comunismo
primitivo y otro donde los hombres se enfrentan en una lucha de clases.”[6]
Imagen tomada de: Tibol Raquel, “Los
murales del Palacio Nacional”
|
Con
relación a las actividades que el indígena realiza en el mural, agricultura y
artesanía, reduce al indígena como campesino. El pensamiento nacionalista de la
época establece una línea entre el arte popular y la raza indígena, de aquí que
se concluya que las manufacturas artesanales populares resguardan el alma
nacional.
En
el muro central el “De la conquista a 1930” marca claramente la configuración
de la nación mexicana, en donde pone a prueba nuestra inteligencia, con la
multitud de personajes que plasma.
Aquí
podemos leer un mural muy complejo, la secuencia cronológica comienza por la
franja horizontal mas baja- representa la conquista española- al centro
españoles e indígenas en una lucha cuerpo a cuerpo, personajes como Cuauhtémoc
(bajo el estandarte del águila que cae), Cuitláhuac (nos mira de frente) y
Hernán Cortés.
Si
en murales anteriores Rivera había representado a la mujer dando vida, en la
parte central de la escalera, represento a la mujer siendo víctima de la
violación de un soldado conquistador, que da paso al origen del mestizaje, de
igual manera representa a Cortés y a la Malinche abrazando a su hijo.
Imagen tomada de: Tibol Raquel, “Los
murales del Palacio Nacional”
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Soldados
disparando un cañón, mostrando su superioridad tecnológica. En el extremo
contrario un fraile quemando códices. Pedro de Alvarado sometiendo indígenas con
un hierro candente.
En
el siguiente nivel horizontal, que se refiere a la época colonial, hace énfasis
en la destrucción de la ciudad prehispánica, el enfrentamiento entre
conquistadores y la iglesia, la evangelización como labor humanista de los
religiosos, una sentencia de la inquisición y a Cortés observando la
construcción de la nueva capital colonial.
Cubo de la
escalera del Palacio Nacional
En los arcos se presenta la historia del
México independiente. No llevan una secuencia cronológica sucesiva, representa unidades
relativamente autónomas, escenas y personajes de la historia de México entre
1821 y 1930. Aparecen las dos invasiones que sufrió México, en el extremo
derecho la de Estados Unidos donde se ve claramente el castillo de Chapultepec
y un águila que sostiene entre sus garras el símbolo mexica de la guerra
ceremonial, del lado izquierdo la invasión francesa, junto con la ejecución de
Maximiliano de Habsburgo.
En
los arcos del centro se presenta a la derecha, a los héroes liberales y
antihéroes conservadores y eclesiásticos de la Reforma.
A
la izquierda, un grupo de revolucionarios se enfrentan a porfiristas.
Justo
al centro del mural un águila de grandes proporciones sostiene en su pico un
símbolo mexica, posado sobre un nopal, se ubica sobre una plataforma decorada
con un disco solar.
Finalmente
entre la franja de la colonia y los arcos, encontramos al pueblo que son los
intérpretes y protagonistas del mural. Todo esta parte del mural nos define muy bien los cánones ideológicos
de la época, como el águila, que tiene una significación de gran magnitud, el
mestizo como símbolo genuino del mexicano, las cadenas rotas que porta Hidalgo
símbolo de la libertad, junto a Morelos un extraño personaje de armadura, con
una planta de maíz a sus pies como símbolo de la tierra, con un sable y una
mazorca, con el sable indica la misma dirección que Morelos, hacia el mural del
futuro.
En
el centro del mural, resguardos mecanizados, ponen distancias entre las masas
proletarias. Una tubería que drena las riquezas del pueblo y las descargas
entre los políticos. En la cumbre del mural Karl Marx, que sostiene con una
mano una leyenda de su manifiesto comunista, y con la otra señalando una nueva
sociedad progresista. Pero que tiene muy en alto, a lo que el llamaría la nueva
trinidad revolucionaria, soldado, obrero y campesino.
· Palabras Ilustres 1886-1921. (2007). México: CONACULTA-INBA, Museo Estudio Diego
Rivera.
· Anderson, B. (1997). Comunidades Imaginadas
"Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo".
México: Fondo de Cultura Economica.
· Bartra, R. (2004). La jaula de la melancolia, identidad y
metamorfosis del mexicano. México: Grijalbo.
· Hobsbawm, E. (2000). Naciones y Nacionalismos desde 1780.
Barcelona: Biblioteca de Bolsillo.
· Kettenmannn, A. (2005). Rivera. México: OCEANO.
· Lozano, L. M. (2004). Diego Rivera El Cubismo Memoria y Vanguardia.
México: CONACULTA.
· Moyssén, X. (1986). Diego Rivera Textos de Arte .
México: UNAM.
· Peréz Vejo, T. (2003). "la construcción de las naciones
como problema historiográfico: el caso del mundo hispánico". En Historia
Mexicana (págs. 275-308). México: El Colegio de México.
· Ramos, S. (1986). Diego Rivera 1886-1986. México:
UNAM.
· Tibol, R. (1997). Los Murales de Palacio Nacional.
México: Américo Arte Editores- INBA.
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