Destinos irónicos
--Me voy
queriéndote.
--Pero vas a
olvidarme.
Olvidar
¿Cómo era posible? ¿Cómo podía decirse con semejante facilidad algo tan
complicado? ¿O es que podía dejar pasar aquello así como así? ¿Olvidarlo como
se olvidan las caras, las direcciones, los números de teléfono? No, jamás. No
desistiría en su afán de recordar cada palabra, cada sabor, cada nota, mientras
una gota de sangre le quedara.
Y
así echó a andar por el larguísimo
camino con un único propósito: no olvidar nada, nunca. La mente fija, los ojos
fijos, que lograron atraer hacia sí formas, caricias, fragancias, músicas,
promesas, imágenes, emociones, sensaciones; con increíble claridad, hasta el
punto de casi tocarlos. Y, como sucede cuando acercamos mucho la vista a un
objeto, de pronto todo se convirtió el una mancha amorfa, indescifrable. Se
asustó, deseó retractarse, desenredar los nudos, mas no encontró los extremos
de la cuerda, y luego no supo qué cuerda era ésa, de quién. Se encontró ahí, su
cuerpo varado a mitad de la calle. Quiso encontrar huellas que le indicasen su
procedencia, no pudo. Algo en la boca del estómago, como un agujero, fue
creciendo e hizo brotar una lágrima, pero, ¿por qué? No tenía sentido ni
explicación ¿Era realmente una lágrima? Quizá una gota de lluvia.
Eva Astorga Tapia
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